Compilación y redacción: Ing. Arsenio J. Alemán A.
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Juan Orovio Estévez Foto tomada de la Revista del CIR |
Verdadero maestro o Apóstol de la Enseñanza, o redentor de la humanidad, genial educador de la niñez lo fue el inolvidable Juan Orovio Estévez, nacido en 1862. Maestro de sólida integridad y de los que jamás se rindieron a la iniquidad, el cual por su moderación siempre uniforme y la bondad y rectitud de su carácter logró conquistar el respetuoso afecto de sus discípulos.
Unos años después (1888 y siguientes) se crea formalmente en el CIR la Sección de Instrucción y se designó a Orovio como Presidente de la misma.
La
Escuela de Varones llegó a ocupar, materialmente todo el local del
Centro y la de niñas estuvo establecida en varias casas pues según
se iba haciendo chica la que tenía había que alquilar otras de
mayor capacidad.
A principios del siglo XX, en aquellos días de estremecimiento de la escuela pública, se necesitaba una gran vocación para ejercer el magisterio. No todos los que tenían la delicada misión en aquella época, de ser maestros, atesoraban las grandes raras virtudes que le concedió como gracia esencial la naturaleza divina a Juan Orovio. Aquel maestro de la "escuela pública", era un ejemplar magnífico de lo que en ética rigurosa llamaríamos "un hombre responsable". Su aula era un modelo de disciplina. La disciplina es odiosa cuando se impone con el látigo; pero cuando la disciplina se alcanza por la dulzura, por la voluntad de la superación, por el silencio de los bajos instintos y por educación para la libertad, la disciplina es paz y medio de progreso, es sosiego propio y aire puro a los pulmones colectivos. Siempre estaba trabajando. Todo
el tiempo del "horario oficial" se cumplía a cabalidad con el orden
pautado. Era exigente en la limpieza de
las planas como exigente en la postura y la compostura de los alumnos. Afirmaba
que era necesario que a los alumnos se les formara la base para un edificio de
tan larga proyección (la educación). Decía que el agua, como el aire o la
tierra, no podían ser objeto absoluto de propiedad privada, que eran propiedad
de todos los hombres. Y que no usarlos
en aseguramiento de la salud y de las necesidades, era como renunciar al
derecho de vivir bien. No desaprovechaba
oportunidad en las clases de Higiene como de Moral y Cívica, para dibujar sus
acentos de luchador social. Atildado en el vestir, esto es, limpísimo, desde el blanco cuello de pajarita, adornado con un lazo de estrecho ancho, de igual tela que la camisa, hasta los relucientes zapatos de fino glacé que delataban a toda hora el retoque reciente. Una fresca alpaca rayada de paralelas blancas, o un dril endurecido por el almidón parapléjico, daban a su estampa un remedo dieciochesco, en lo que se hacía visible y saliente como el escudo de los caballeros andantes, el discreto chaleco atravesado de bolsillo a bolsillo por la gruesa cadena de sencillos eslabones, de la que pendían el portamonedas y el Roskopf dictador, separados por un dije que guardaría alguna vera efigie o una sortija de cabellos amados. Su bigote, dos hoces boca arriba, era lo único espectacular. También fue un devoto consagrado de la ciencia y las artes, amó con pasión ilimitada la escuela, la cual consideró como su templo, desde donde despertaba el entendimiento y cultivaba el gusto del niño para acudir solicito a las clases. Gabriel Gravier que fue su discípulo nos deja las siguientes impresiones del maestro Orovio: «......atribuir a un maestro de mis primeras letras, una tendencia a la observación y mi modo de enjuiciar a los demás con una benevolencia que no es virtud, sino quimera; una comprensión que no es inteligencia sino liberación existencial; esto es, aquello de convertir a los opresores en oprimidos; a los envidiosos en envidiados; a los farsantes en desprendidos; a los egoístas en elaboradores sociales; a los enemigos en corderos; a los conquistadores en conquistados. Esa magia impresionista de generosas concepciones anárquicas, que es una diagonal de la acción, como la luz de que se arman los peces para vislumbrar a sus cazadores, la aprendí desde niño, por la penetración, por la influencia de un Maestro (Orovio), que, con personalidad propia, intimizaba con sus notables sensibilidades de interiorizado, y se daba, por contraste, en la ubérrima entrega de las almas grandes que abrazaban el destino de formar almas en las artesas mismas del hecho popular que comprende la enseñanza popular de los hijos del pueblo». Como ciudadano fue un modelo de honradez, tanto en su vida privada como pública. Como cubano se pronunció un celoso defensor del decoro de nuestra República, cosa que puso de manifiesto cuando la delegación de nuestros maestros viajó a los Estados Unidos, que tanto le afectó como maestro y como cubano, y a nosotros como nación civilizada, pues él formaba parte de dicha delegación; él conjuntamente con un grupo de compañeros dígnisimos, protestaron avergonzados de la incorrecta actitud que asumieron unos cuantos desdichados maestros que pretendieron quebrantar el crédito del magisterio cubano, ante propios y extraños. Santiago de las Vegas, fue para él su orgullo. El Centro de Instrucción y Recreo fue para él su segunda casa. Se desempeñó como Vicepresidente del CIR en el período de 1904-1908. Hemos encontrado las siguientes consideraciones escritas por Oscar Montano en la Revista del C.I.R. que reflejan con gran precisión el compromiso de Orovio con el Centro de Instrucción y Recreo. Dice Montano: «......creo pertinente el decir algo de él en este trabajo, por dos razones: primera, por que todo cuánto se diga de este hombre es poco, y segunda, por que en el trabajo que aparece en la Revista no se trata de él como socio del Centro, y sí como maestro: la lucha continua que mientras vivió representaba el Centro para Orovio, era de una naturaleza que lo absorbía todo, el hogar, el cumplimiento de su deber. sus ideales, sus diversiones, todo lo que representa algún incentivo para la vida lo subordinaba para servir al Centro. Sorprendido por la muerte fallece en Santiago de las Vegas el 15 de marzo de 1915. Al cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento la Delegación de la Asociación Nacional de Maestros de Santiago de las Vegas llevó a cabo el 16 de marzo de 1916 una velada fúnebre en el CIR. Una crónica del periódico habanero La Discusión describe como “espléndido por todos los conceptos el homenaje tributado a la memoria de aquel que en vida fue un perfecto modelo de ciudadano, esposo y maestro. La sala y la tertulia del teatro invadidas, y el programa se cumplió perfectamente” La revista Cuba Pedagógica, queriendo honrar también la memoria del prestigioso, dígnisimo y ejemplar maestro, muy llorado por sus amigos y discípulos y muy sinceramente sentido por todos, publicó su retrato, y agregó la siguiente nota, que incluimos íntegramente, por la vigencia que mantiene a 110 años de su publicación: «Sr. Juan Orovio, Maestro de Santiago de las Vegas, fallecido el 15 de marzo de 1915. Ante la desaparición de este profesor distinguido, verdadero educador de una generación entera en el pueblo donde ejercía su misión, "Cuba Pedagógica" rinde su tributo de dolor en esta líneas dedicadas a la memoria del que fue amigo y compañero, más que por el trato íntimo, por la concurrencia de propósitos en la noble causa de la educación popular, a la que muy pocos entregan, tan sinceramente como él, la actividad completa del espíritu. Pérdidas como esta, casi han de ser tenidas como irreparables, hoy, en que es tan corriente considerar el empeño por la educación como una vulgar mercancía y cuando de las más altas autoridades oficiales parten ejemplos perturbadores que difunden el desaliento y siembra en el ánimo público un escepticismo que no puede acarrear sino deplorables consecuencias.» En la velada del CIR se presentó la poesía de Teodoro Cabrera dedicada al ejemplar maestro y que fuera declamada por Víctor Aguiar. El texto de la poesía también fue publicado por la revista Cuba Pedagógica y lo insertamos a continuación: AL EJEMPLAR MAESTRO JUAN OROVIO ¿Y que puedo decir a su memoria sin que la herida de mi pecho encone...? ninguno sabe como yo su historia y no puedo cantar.... porque se opone el dolor con su látigo de fuego. ¡Destino torpe y ciego! ¿Que hiciste con segar tan noble vida resplandeciente de virtud....? Tu mano inconsciente al acaso distraída con la cruel indolencia del arcano, interrumpe sus pasos al que es grande y al ruin lo deja que se logre y ande... No tuvo al cinto reluciente espada ni lambrequines en blasón dorado; pero tuvo una mente iluminada, por la cual recorriendo lo pasado, al ver la humanidad esclavizada y al hombre por los vicios degradado, sintió el anhelo del apóstol, quiso convertir a la tierra en paraíso. No fue el artista que en el mármol talla ni el pintor que en el lienzo difumina, ni un Catón contemplando en su muralla que el derecho de un pueblo se extermina. "Maestro siempre, donde quier que estaba la luz hermosa del saber prendía: era un Marcos Froment, cuando enseñaba, y el doliente Tolstoy, cuando sentía....! El grababa en la mente de los niños con un buril de ilustración la idea, y borraba, a consejos y cariños, la tendencia hacia el mal y la pelea; ese residuo del ayer que aún late en el seno del hombre, y al combate lo impele con furor de torbellino, matando todo sentimiento humano, y poniendo en su mano el sangriento puñal del asesino.....! Esto, noble, era suyo, no del libro que de texto las leyes lo declaran como el summum de todas perfecciones..... Estas torpes leyendas de batallas, que a la idea del niño van llevando la inconveniente emulación, acaso ¿no es hacer que perdure el caínismo? ¿no es así como todo se derrumba? ¿no es tirar al progreso en un abismo? Pues queriendo la infancia hacer lo mismo, es darlo atodos los amores tumba....! Ya lo dijo Zolá: "¡Que todo brille triunfante bajo el sol!" Esa es la suerte que el progreso le tiene prometida a la estudiosa humanidad, sí, fuerte, alcanza, levantándose atrevida, destruir las banderas de la muerte y entonar las canciones de la vida....! ¡Así este grande soñador pensaba....! De su cerebro al corazón unido, urgía noble el ideal. Buscaba inmensas cumbres para hacer su nido el libre cóndor que en su ser volaba!... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... A vosotros, discípulos del hombre que no pudisteis comprender, os digo, que guardéis su recuerdo, que ese nombre es el nombre de aquel que fue el amigo más grande que tuvisteis en la tierra. Si ya su cuerpo encierra el espacio pequeño de una fosa donde no hay una cruz..... ni le hace falta a la carne que pudre y que reposa, no por eso olvidéis la misión alta de imitar sus virtudes: ¡fue un ejemplo! ¡Y de ese modo le alzaréis un templo! Teodoro Cabrera, Santiago de las Vegas, 16 de marzo de 1916. La línea severa y dulce de los contornos limpios de Juan Orovio Estévez. Impresión certera de un hombre escrupuloso de fuera a dentro, como lo fue su espíritu recto, formal, delicado, sencillo, sincero, juicioso, reflexivo y, sobre todo, con un gran sentido del amor universal hacia el hombre como rosa náutica, de adentro a afuera. En Santiago, nuestro pueblo querido, contamos entre muchos a Juan Orovio Estévez, digno y ejemplar maestro, para honra nuestra y de nuestra nación.
Fuentes Consultadas:
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