por Consuelo Hernández Basabe / Miami, Florida Cuando yo era niña (en la década del 1940) vivía en la calle 14 entre 15 y 17, en el lado este de la calle, en una casita de madera. Al frente había un terreno, propiedad de un señor de La Habana de apellido Cabal, uno de aquellos señores que siempre iban vestidos de dril cien y sombrero de jipijapa. Recuerdo también su señora, elegante y fina, de ascendencia china; a mí me encantaba ir donde ellos, ya que ella se tomaba el tiempo de hablarnos a los niños y tratarnos con dulzura. Pues bien, este Sr. Cabal construyó en ese amplio terreno un criadero de gallos finos (de pelea). Eran unos gallos muy hermosos. El terreno ocupaba quizás la tercera parte de la cuadra, y a ambos lados hacia el fondo el Sr. Cabal construyó un criadero de gallos de mampostería muy bien hecho. En el centro estaba la valla donde se hacían las peleas de gallos, y hasta de La Habana venían señores vestidos igual que él de dril cien a ver las peleas. Se apostaba, claro está, aunque no era legal. Mis hermanos y yo íbamos a ver ese espectáculo. Era impresionante ver cómo peleaban los gallos, y como paraban todas las plumas para lucir más fieros; pero a mí en realidad nunca me gustó, porque siempre me pareció cruel con los pobres animales. Además, el olor los días que sacaban el excremento de los gallos en latones y se los llevaban en un camión era tan fuerte, que había que cerrar puertas y ventanas e irse de la casa. En aquella época nada se desperdiciaba, y más nosotros que éramos pobres. El pienso de los gallos venía en unas bolsas de tela estampada con diseños florales que venía de Estados Unidos, y cada bolsa era diferente. Las muchachitas de mi barrio se las comprábamos al encargado por un peso la bolsa (evidentemente, ¡un negocio privado del encargado!), y con esta tela hacíamos vestiditos para nosotras. Más adelante, no sé si el Sr. Cabal se aburrió de criar los gallos finos o qué pasó, pero el caso es que después se criaban pollos comunes y corrientes para la mesa; y más adelante aún, se acabo el criadero y se mudaron para aquel sitio familias de escasos recursos que ocuparon esos mismos cuartos que habían albergado a los gallos. Se hizo un baño común para todos los residentes, y muchas familias hicieron su hogar y fueron felices ahí.
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