Facsimil del folleto PRESENCIAS (Apuntes Biográficos) |
Título: PRESENCIAS (Apuntes Biográficos)
Enrique Gravier (Elogio del primer ausente)
Sacramento Campos (Una mujer distinta)
Autor: Rubén Pérez Chávez | Perito Químico Azucarero, Maestro Agrícola, Periodista, Promotor Cultural
Dimensiones:
Año de edición: 1951
Impreso por: Talleres Tipográficos MIKLEFF, Santiago de las Vegas
Número de páginas: 29
La publicación
que presentamos hoy a nuestros lectores con el título de PRESENCIAS (Apuntes Biográficos) consiste en la reproducción de dos charlas ofrecidas en 1950 en
Santiago de las Vegas por Rubén Pérez Chávez.
Dedica su publicación el autor al Centro de Instrucción y Recreo “La Gloria”, al Dr. Gabriel Gravier, al Dr. Radio Cremata Valdés y al profesor Arsenio J. Alemán, devotos del recuerdo, que en gesto generoso hicieron posible la publicación de la obra.
Las charlas fueron pronunciadas para enaltecer a dos personas distinguidas de la sociedad santiaguera. Ellos son: Enrique Gravier a quién hace el elogio del primer ausente y a Sacramentos Campos a quién define como una mujer distinta.
Es evidente que
resulta imposible resumir 29 cuartillas tipografiadas en el breve espacio que
se nos asigna para comentar
El primer trabajo
fue leído por su autor durante la celebración de
«Durante la
celebración de esta “Cuarta Semana de Arte” del Grupo Selección, estará ausente
por primera vez y para siempre, quien fuera el más asiduo contertulio de todos
los años…..»
refiriéndose así a Enrique Gravier, quien había fallecido en fecha reciente.
Pérez Chávez a lo largo de su intervención resalta los valores morales, culturales y éticos de Enrique Gravier pero sobre todo insiste en destacar la gran capacidad de este personaje santiaguero para la apreciación de las artes a pesar de haber perdido la vista desde niño.
El autor significa
que Enrique Gravier fue altamente estimado en nuestro pueblo, no sólo por el
prestigio de su apellido, aureolado de heroicas hazañas libertadoras, sino
también por la nobleza de sus sentimientos y la bondad inagotable de su alma
generosa y buena.
De forma intencionada Pérez Chávez remarca con fuerza la conducta de Enrique Gravier en su vida.
Dice lo siguiente:
«Pero en el aspecto que informa de sus fuerzas espirituales, de su poder de adaptación, de su firmeza para pasar por la vida sin expresar una queja, sin un rictus de amargura en los labios, sin un gesto de resentimiento o encono contra su suerte adversa, ni contra nada ni nadie, y al contrario, sensibilizar sus sentimientos hasta devenir en un artista en potencia, en esto, nada tuvo que ver el recurso mencionado, porque ese estado superior del hombre, donde el alma en cada momento ha de superar sus flaquezas para ahogar la propia angustia en las mieles de un corazón generoso y noble; para andar por el camino de la vida regando luz, porque luz riega quien se prodiga en amistad, afecto y comprensión, eso, sólo pueden alcanzarlo los que en la integración de su psiquis llevan implícito el jugo del carácter recio y justo que le aportó la rama paterna y el perfume de nobleza augusta que le otorgó la madre buena. El resto está determinado por la gallarda autoestimación de los demás elementos éticos que determinaron su personalidad».
Claro está que el autor aporta innumerables consideraciones relativas a la apreciación que hacía Enrique Gravier sobre las diferentes manifestaciones artísticas. Sus juicios de crítica o estimación al prójimo, nunca estuvieron contaminados en lo subjetivo por la influencia de lo apasionante y desviadora de lo que en lo objetivo a veces seduce y cautiva. Y se recrea en las consideraciones del mundo interior que se reflejaban en Enrique Gravier; en la asimilación del arte al que se enfrentaba, bien fueren los intérpretes de una obra dramática en escena, la trama de alguna novela, o el concertista, el orador o el declamador.
Casi al final de
su escrito, nos cuenta Pérez Chávez, que en carta que recibió de su hermano el
Dr. Gabriel Gravier, este le confesaba:
“El día que murió,
me imprecó: “Chico, no odies, perdona; hay que ser superior, y se es, sólo
cuando estamos en paz. Yo no odio a
nadie: a los que me hicieron daño, los he perdonado olvidándolos”.
He ahí, el
póstumo testamento moral de su conducta; he ahí la efigie inconfundible de un
hombre bueno que salió de la vida como anduvo por ella: sin odios, sin
agravios, sin rencores.
Y termina Pérez Chávez expresando que: «Ese y no otro ha sido nuestro sincero propósito al escribir estas modestas cuartillas. Ojalá que el incienso de esta ofrenda llegue hasta el lugar de la paz y de sosiego donde descansa el alma de nuestro amigo».
***
El segundo
escrito contenido en la publicación es el trabajo leído por el autor en la
noche del 22 de agosto de 1950, en la conmemoración del décimo tercer
aniversario de la muerte de la insigne educadora, Sacramento Campos, celebrada
por el Centro de Instrucción y Recreo “La Gloria”, de Santiago de las Vegas.
En una larga
introducción el autor relata las zozobras del Centro de Instrucción y Recreo
“La Gloria” desde los tiempos de su fundación hasta la fecha de 1950,
incluyendo en el recuento la pérdida del local social en 1933 y la
construcción, inauguración y puesta en marcha del nuevo edificio social
inaugurado en 1948.
Elogia a la
sociedad “La Gloria” por organizar este acto de recordación a una de las más
preclaras hijas de Santiago de las Vegas, aunque no viera la luz primera en
este pueblo. Y bien está recordar a Sacramento Campos en el aniversario de su
muerte, porque al partir dejó entre nosotros el recuerdo imperecedero de su
intachable conducta social y hogareña y en el magisterio local la huella de una
labor educativa insuperable, caracterizada por las excelsas virtudes que
siempre adornaron su alma delicada y tierna.
Refiere el autor
que a lo largo de sus sesenta años de vida —nació en Alquízar el 7 de mayo de
1877 y falleció en Santiago de las Vegas el 22 de agosto de 1937— se destacan
fundamentalmente dos aspectos esenciales: primero, un afán insatisfecho de
superación personal y después una voluntad invariable de consagración a la
enseñanza, para la cual poseyó una vocación excepcional, estimulada por su
vasta cultura, adquirida con su esfuerzo de autodidacta incansable.
Recorre aspectos
de su niñez en los campos de Alquízar, Quivicán, Güira de Melena y finalmente
de Santiago de las Vegas adonde llegó en 1888 con apenas 11 años de edad.
Sacramento tuvo
obligaciones hogareñas y trabajó como torcedora de cigarrillos y
despalilladora, pero tales no le impidieron dedicar largas horas de la noche a
la lectura de libros selectos que enriquecieron su instrucción y ampliaron el
horizonte.
Al obtener Cuba
su independencia de España y respondiendo al llamado del Gobierno Interventor,
aportó a
Pero su gran
labor pedagógica la llevó a cabo en
Dice el autor
que:
«Nosotros mismos nos contamos entre los alumnos mas inquietos de la clase y
nuestros condiscípulos de entonces recordarán como llegamos a ser situados en
un pupitre aparte, junto a su mesa, para mejor tenernos bajo su directa
observancia. Y cuando algún visitante
indagaba el extraño caso, ella, con una dulce sonrisa, exclamaba maternalmente:
“lo tengo cerca de mí, porque es el alumno más bueno del aula”. ¡Y recordamos
cómo aquellas palabras de ilimitada bondad y de generosidad infinita, repercutían
en nuestro pecho infantil con la misma angustia incontenible que sentimos
cuando nuestros padres nos reprenden por una falta cometida! Cuando días
después fuimos reintegrados al pupitre que nos correspondía en las filas del
aula, ya en nuestra alma se había encendido una luz de admiración y cariño, con
la que después hemos iluminado el recuerdo imperecedero de aquella maestra
excepcional, de aquella mujer distinta que fue Sacramento Campos. Por
eso en testimonio de simpatía y aprobación a sus métodos, su aula fue
justamente llamada “El Reformatorio”.
Dibuja el autor a
través de anécdotas, del ejercicio de su profesión, el gran conocimiento del
alma infantil, de sus formidables facultades persuasivas, de su capacidad y cultura, de su constante superación
profesional como logra obtener su Certificado de Maestra de Instrucción Primaria
en las Escuelas Normales de Verano y ocupar el primer lugar en el Escalafón del
Distrito, descontando a los primeros doctores en pedagogía que ingresaron en el
mismo.
Refleja Pérez
Chávez que a la luz de los métodos de
Concluyendo Pérez
Chávez refiere que si grande y excelsa fue en todo el transcurso de su vida,
mucho más inmensa lució en el momento solemne de su partida, porque sus labios,
que en ese instante póstumo pudieron expresar una queja definitiva, que
condensara la oculta amargura que las injusticias, los prejuicios y las
ingratitudes humanas hundieron en su pecho generoso, sólo supieron plegarse en
una sonrisa leve, que como una silenciosa plegaria de perdón, elevó en noble
tributo a la maldad, que tantas veces hirió su sensible y tierno corazón.
Rubén Pérez Chävez Autor de esta obra |
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