miércoles, 31 de mayo de 2023

"Presencias": Publicaciones de Santiago de las Vegas


Facsimil del folleto
PRESENCIAS
(Apuntes Biográficos)

Título: PRESENCIAS (Apuntes Biográficos)

Enrique Gravier (Elogio del primer ausente)

Sacramento Campos (Una mujer distinta)

Autor:       Rubén Pérez Chávez | Perito Químico Azucarero, Maestro Agrícola, Periodista, Promotor Cultural

Dimensiones: 22.5 cm x 15.0 cm

Año de edición: 1951

Impreso por: Talleres Tipográficos MIKLEFF, Santiago de las Vegas

Número de páginas:  29


La publicación que presentamos hoy a nuestros lectores con el título de PRESENCIAS (Apuntes Biográficos) consiste en la reproducción de dos charlas ofrecidas en 1950 en Santiago de las Vegas por Rubén Pérez Chávez.
 

Dedica su publicación el autor al Centro de Instrucción y Recreo “La Gloria”, al Dr. Gabriel Gravier, al Dr. Radio Cremata Valdés y al profesor Arsenio J. Alemán, devotos del recuerdo, que en gesto generoso hicieron posible la publicación de la obra. 

Las charlas fueron pronunciadas para enaltecer a dos personas distinguidas de la sociedad santiaguera. Ellos son: Enrique Gravier a quién hace el elogio del primer ausente y a Sacramentos Campos a quién define como una mujer distinta. 

Es evidente que resulta imposible resumir 29 cuartillas tipografiadas en el breve espacio que se nos asigna para comentar la publicación. Es por ello que ofrecemos una apretada reseña de la misma. 

El primer trabajo fue leído por su autor durante la celebración de la “Cuarta Semana de Arte”, del grupo SELECCIÓN, de Santiago de las Vegas el día 19 de abril de 1950 y según el propio autor 

«Durante la celebración de esta “Cuarta Semana de Arte” del Grupo Selección, estará ausente por primera vez y para siempre, quien fuera el más asiduo contertulio de todos los años…..»

refiriéndose así a Enrique Gravier, quien había fallecido en fecha reciente. 

Pérez Chávez a lo largo de su intervención resalta los valores morales, culturales y éticos de Enrique Gravier pero sobre todo insiste en destacar la gran capacidad de este personaje santiaguero para la apreciación de las artes a pesar de haber perdido la vista desde niño. 

El autor significa que Enrique Gravier fue altamente estimado en nuestro pueblo, no sólo por el prestigio de su apellido, aureolado de heroicas hazañas libertadoras, sino también por la nobleza de sus sentimientos y la bondad inagotable de su alma generosa y buena.

De forma intencionada Pérez Chávez remarca con fuerza la conducta de Enrique Gravier en su vida. 

Dice lo siguiente:

«Pero en el aspecto que informa de sus fuerzas espirituales, de su poder de adaptación, de su firmeza para pasar por la vida sin expresar una queja, sin un rictus de amargura en los labios, sin un gesto de resentimiento o encono contra su suerte adversa, ni contra nada ni nadie, y al contrario, sensibilizar sus sentimientos hasta devenir en un artista en potencia, en esto, nada tuvo que ver el recurso mencionado, porque ese estado superior del hombre, donde el alma en cada momento ha de superar sus flaquezas para ahogar la propia angustia en las mieles de un corazón generoso y noble; para andar por el camino de la vida regando luz, porque luz riega quien se prodiga en amistad, afecto y comprensión, eso, sólo pueden alcanzarlo los que en la integración de su psiquis llevan implícito el jugo del carácter recio y justo que le aportó la rama paterna y el perfume de nobleza augusta que le otorgó la madre buena. El resto está determinado por la gallarda autoestimación de los demás elementos éticos que determinaron su personalidad».

Claro está que el autor aporta innumerables consideraciones relativas a la apreciación que hacía Enrique Gravier sobre las diferentes manifestaciones artísticas. Sus juicios de crítica o estimación al prójimo, nunca estuvieron contaminados en lo subjetivo por la influencia de lo  apasionante y desviadora de lo que en lo objetivo a veces seduce y cautiva.  Y se recrea en las consideraciones del mundo interior que se reflejaban en Enrique Gravier; en la asimilación del arte al que se enfrentaba, bien fueren los intérpretes de una obra dramática en escena, la trama de alguna novela, o el concertista, el orador o el declamador.

Casi al final de su escrito, nos cuenta Pérez Chávez, que en carta que recibió de su hermano el Dr. Gabriel Gravier, este le confesaba:

“El día que murió, me imprecó: “Chico, no odies, perdona; hay que ser superior, y se es, sólo cuando estamos en paz.  Yo no odio a nadie: a los que me hicieron daño, los he perdonado olvidándolos”.

He ahí, el póstumo testamento moral de su conducta; he ahí la efigie inconfundible de un hombre bueno que salió de la vida como anduvo por ella: sin odios, sin agravios, sin rencores.

Y termina Pérez Chávez expresando que: «Ese y no otro ha sido nuestro sincero propósito al escribir estas modestas cuartillas.  Ojalá que el incienso de esta ofrenda llegue hasta el lugar de la paz y de sosiego donde descansa el alma de nuestro amigo».

*** 

El segundo escrito contenido en la publicación es el trabajo leído por el autor en la noche del 22 de agosto de 1950, en la conmemoración del décimo tercer aniversario de la muerte de la insigne educadora, Sacramento Campos, celebrada por el Centro de Instrucción y Recreo “La Gloria”, de Santiago de las Vegas.

En una larga introducción el autor relata las zozobras del Centro de Instrucción y Recreo “La Gloria” desde los tiempos de su fundación hasta la fecha de 1950, incluyendo en el recuento la pérdida del local social en 1933 y la construcción, inauguración y puesta en marcha del nuevo edificio social inaugurado en 1948.

Elogia a la sociedad “La Gloria” por organizar este acto de recordación a una de las más preclaras hijas de Santiago de las Vegas, aunque no viera la luz primera en este pueblo. Y bien está recordar a Sacramento Campos en el aniversario de su muerte, porque al partir dejó entre nosotros el recuerdo imperecedero de su intachable conducta social y hogareña y en el magisterio local la huella de una labor educativa insuperable, caracterizada por las excelsas virtudes que siempre adornaron su alma delicada y tierna.

Refiere el autor que a lo largo de sus sesenta años de vida —nació en Alquízar el 7 de mayo de 1877 y falleció en Santiago de las Vegas el 22 de agosto de 1937— se destacan fundamentalmente dos aspectos esenciales: primero, un afán insatisfecho de superación personal y después una voluntad invariable de consagración a la enseñanza, para la cual poseyó una vocación excepcional, estimulada por su vasta cultura, adquirida con su esfuerzo de autodidacta incansable.

Recorre aspectos de su niñez en los campos de Alquízar, Quivicán, Güira de Melena y finalmente de Santiago de las Vegas adonde llegó en 1888 con apenas 11 años de edad.

Sacramento tuvo obligaciones hogareñas y trabajó como torcedora de cigarrillos y despalilladora, pero tales no le impidieron dedicar largas horas de la noche a la lectura de libros selectos que enriquecieron su instrucción y ampliaron el horizonte.

Al obtener Cuba su independencia de España y respondiendo al llamado del Gobierno Interventor, aportó a la naciente República su esfuerzo de ciudadana ejemplar, ofreciendo sus servicios como maestra de instrucción pública, siendo destinada a la barriada de Rincón en la que se desempeñó hasta 1905 en que fue trasladada a la escuela de niñas que funcionaba en la cabecera municipal.

Pero su gran labor pedagógica la llevó a cabo en la Escuela No. 2 de varones, ubicada en la vieja casona de la esquina de las calles 8 y 9, donde permaneció hasta que la muerte la sorprende.

Dice el autor que:

«Nosotros mismos nos contamos entre los alumnos mas inquietos de la clase y nuestros condiscípulos de entonces recordarán como llegamos a ser situados en un pupitre aparte, junto a su mesa, para mejor tenernos bajo su directa observancia.  Y cuando algún visitante indagaba el extraño caso, ella, con una dulce sonrisa, exclamaba maternalmente: “lo tengo cerca de mí, porque es el alumno más bueno del aula”. ¡Y recordamos cómo aquellas palabras de ilimitada bondad y de generosidad infinita, repercutían en nuestro pecho infantil con la misma angustia incontenible que sentimos cuando nuestros padres nos reprenden por una falta cometida! Cuando días después fuimos reintegrados al pupitre que nos correspondía en las filas del aula, ya en nuestra alma se había encendido una luz de admiración y cariño, con la que después hemos iluminado el recuerdo imperecedero de aquella maestra excepcional, de aquella mujer distinta que fue Sacramento Campos. Por eso en testimonio de simpatía y aprobación a sus métodos, su aula fue justamente llamada “El Reformatorio”.

Dibuja el autor a través de anécdotas, del ejercicio de su profesión, el gran conocimiento del alma infantil, de sus formidables facultades persuasivas, de su  capacidad y cultura, de su constante superación profesional como logra obtener su  Certificado de Maestra de Instrucción Primaria en las Escuelas Normales de Verano y ocupar el primer lugar en el Escalafón del Distrito, descontando a los primeros doctores en pedagogía que ingresaron en el mismo.

Refleja Pérez Chávez que a la luz de los métodos de la Escuela Nueva estimuló la lectura entre sus alumnos y estimuló prácticas que conducían no sólo al mejoramiento de la instrucción del alumnado, sino al desarrollo de sus sentimientos y de su carácter, cultivando en ellos principios de alta moral que los acercaban más al hogar, a la sociedad y a la patria. Así, instituyó la modalidad de hacer que los niños escribieran cartas a sus madres en los días de sus onomásticos en los que las tenían vivas y en los aniversarios de su muerte en lo que la habían perdido para siempre.  Algunas de aquellas cartas tuvieron el mérito de ser publicadas en la prensa local y estamos seguros que los niños que las escribieron, jamás podrán olvidar a la maestra que les inculcó tan bendita devoción a la madre.

Concluyendo Pérez Chávez refiere que si grande y excelsa fue en todo el transcurso de su vida, mucho más inmensa lució en el momento solemne de su partida, porque sus labios, que en ese instante póstumo pudieron expresar una queja definitiva, que condensara la oculta amargura que las injusticias, los prejuicios y las ingratitudes humanas hundieron en su pecho generoso, sólo supieron plegarse en una sonrisa leve, que como una silenciosa plegaria de perdón, elevó en noble tributo a la maldad, que tantas veces hirió su sensible y tierno corazón.

Rubén Pérez Chävez
Autor de esta obra

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