sábado, 29 de mayo de 2021

Un personaje inolvidable: Pelayo

Si a los que vivimos en Santiago de las Vegas entre los años 1930 y principios de los 60 del siglo XX nos hablan del Sr. José L. Domínguez Pérez, damos casi por seguro que ninguno de nosotros podríamos dar razón de quién fue ese señor.

Pero… si nos mencionan el nombre de PELAYO, inmediatamente todos sabríamos de quien se está hablando.

A continuación expondremos artículos aparecidos en la prensa local sobre este inolvidable personaje, los que se explican por sí solos. Esa razón hace que huelguen comentarios. Sin embargo, notas de nuestra redacción se han colocado a pie de página para aclaración o una mejor comprensión sobre aspectos específicos expuestos en los artículos.

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Artículo aparecido en el periódico El Líder Juvenil, el sábado 7 de noviembre de 1931, con la firma de Leoncio Marely.

PELAYO

He aquí un muchacho de mérito.  La gente lo juzga cometiendo un error de principio.  Pelayo no es un tipo de relajo.  Este joven es un hombre serio, que tiene un grave concepto de la vida y del deber.

La necesidad lo lanzó muy niño a la conquista del pan sin los elementos precisos para un fácil triunfo; pero en su espíritu hay secretas fuerzas que lo ponen a salvo en el medio en que se desenvuelve.  Cuando a otros jóvenes se le cierran los horizontes y se cruzan los brazos en señal de derrota personal en la lucha, Pelayo practica un medio de vivir, honrado, plausible; y es aquí donde él tiene su faceta más brillante, porque da pruebas de una recia voluntad que funde la adversidad en suerte y obtiene recursos de elementos muertos.

Hay quien pudiera creer que "hacer" lo que él hace, es exponerse a la burla por un oficio indigno, y tendrían a menos imitarlo o sustituirlo en su trabajo; pero la humanidad que reflexiona, solo ve en Pelayo el hombre que trabaja y que se busca el pan con los elementos legítimos con que puede contar. Por lo tanto, Pelayo con su oficio de anunciar divirtiendo se gana un jornal como el tabaquero que enrola bonches o como el médico que medita recetas.

Pero hay más en el muchacho que merece elogios y a quien señalamos como un hombre de vergüenza. Muchos lo creen loco.  Y en esto hay un craso error.  El podrá tener divagaciones como las tenemos todos, pero sus conceptos de la vida y de los hechos producen el asombro de los que les gusta penetrar en la psiquis de nuestros semejantes.  Pelayo piensa y medita.  Formula juicios, tiene ideas propias y sabe recoger y reproducir con respeto las buenas ideas de otros.  Lee, y desde luego, sin dirección ni ambiente, sus lecturas no son selectas, pero al menos eso descubre en él, la afición por este placer del espíritu.

Cuando se procura la conversación con él, en privado dándole confianza y demostrándole fe en su personalidad, entonces es más fácil conocerlo bien.  Y en él comprobamos aquella pulcra observación del formidable escritor hispano Ricardo León, en su exquisito cuento El zapatero de Nuremberg.  La "doble personalidad" de aquel artesano que le sugiere profundas reflexiones al notable estilista, es fácil hallarle también en Pelayo, que exteriormente no es más que un simple "pobre diablo", pero que íntimamente es un muchacho en el que hay un profundo filón espiritual, moral y sentimental.

Aquí donde abunda el pepillismo en todos los órdenes, el ejemplo de Pelayo es hermoso para imitar.  Él es todo un hombre.  Se ha independizado de la protección familiar y se ha creado un medio de vida honrado y productivo en proporción a sus necesidades.  Y para desvincularse mejor, ha roto en el yunque de su gran corazón, los convencionalismos y los prejuicios de que aún son esclavos muchos; y con su sonrisa sempiterna sella el infinito desdén que tiene para los que no lo saben comprender o para los que le ofenden con sólo no apreciar el verdadero carácter de su "yo", tendrá más apreciación cuando los hombres se midan por el trabajo que realizan y no por la figura que tienen.

Esa apariencia exterior de Pelayo no es la que le da, a los hombres conscientes la prueba de su connotación.  A él hay que apreciarlo en los esfuerzos que realiza, en el trabajo que rinde, en las ideas que profesa, en el respeto que demuestra para sus semejantes, en la amorosa compenetración con que se acerca a los niños, en sus aficiones espirituales,  que aún incultas, se revelan hasta el instante mismo de realizar el burdo trabajo de anunciador de oficio.

Y lo vemos alegre y al parecer conforme.  Quién sabe qué complicada tragedia se desata en el seno de su alma.  Quién sabe qué lucha en él se realiza por su propia superación y la tristeza de los medios inadecuados.

Pelayo: a los que se figuran superiores a ti porque tienen mejor traje y porque "no hacen" lo que tú, ten por ellos un poco de piedad, porque pronto habrá de llegar el día que, al cambiarse el concepto filosófico de las instituciones, tendrán que bajar del pedestal de su esterilidad para confundirse contigo en el gran taller del trabajo en común, donde todos seremos iguales, gracias a la ley de la verdadera justicia social.

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Respuesta de Pelayo publicada en el periódico El Líder Juvenil, el sábado 14 de noviembre de 1931.

COMO VIENE

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Complacemos al señor J.L.D.P. con la publicación de la siguiente carta:

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Santiago de las Vegas, Novbre. 11 de 1931

Sr. Leoncio Marely

Redacción del periódico "El Líder Juvenil"

E.S.M.

Inmerecidamente he ocupado su atención y la de sus amables lectores; y no he podido resistir los impulsos de mi corazón agradecido y he aquí porque molesto de nuevo su atención.

En medio del mar de la vida, andan muchos náufragos como yo, y la tabla salvadora que nos mantenga a flote, rara vez aparece en el lejano horizonte de nuestras ilusiones desvanecidas, por eso sus amables apreciaciones han mitigado un poco las amarguras y miserias que rodean confortándose y poniéndome de manifiesto que, iluso, equivocado o como quiera tomárseme, hay todavía almas caritativas y generosas, que saben leer en el intrincado laberinto de mis añoranzas y ambiciones y comprender que derrotado, pero no vencido, lucho y persevero en espera de la hora del éxito. 

Reiterándole mi agradecimiento sincero, quedo de Vd. atto. y s.s. 

José L. Domínguez Pérez

Pelayo 

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Artículo publicado en la Revista Antorcha el día 30 de mayo de 1956, con la firma de Manuel Perera Fundora.

Casos que no deben quedar Ignorados

En visita girada ocasionalmente a esta Ciudad de Santiago de las Vegas, por un grupo de amigos, que vinieron a almorzar al Restaurante La Dominica entre los que figuraba una destacada figura de la Caja Nacional del Retiro del Transporte Terrestre. 

Como un caso de digna mención y de que el mismo sea conocido por toda esta Sociedad Santiaguera, vamos a relacionar lo ocurrido.

A la llegada de esta comitiva, se encontraba, como de costumbre parado en la puerta del establecimiento Pelayito (pobre indigente) el que le falta casi por completo la vista, lugar éste a donde él acude diariamente y es socorrido por las personas caritativas que asisten al Restaurante.

En este día, uno de los asistentes al grupo que me refiero, le extendió una limosna, pareciéndole acto seguido reconocer en Pelayo, a un viejo empleado de los Ferrocarriles; preguntándole seguidamente al pobre ciego, si él no había sido empleado de los Ferrocarriles, a lo que hubo de informarle Pelayito, que efectivamente toda su vida la había dedicado a trabajar en los Ferrocarriles, que él tenía derecho a su Jubilación, pero que se le habían presentado muchas dificultades en la tramitación de su Expediente, las más de las veces, por falta de recursos económicos con que poder tramitarlo; pero que el tenía una gran confianza en Dios — que tenía la completa seguridad, que algún día conseguiría su Jubilación, que lo sacara de esta situación de mendigo que tanto le apenaba.  Todo esto lo decía el pobre ciego, sin conocer el personaje  con el que estaba hablando.

El sujeto en cuestión, le prometió que él se interesaría en su caso, haciéndole algunas preguntas más, pero sin decirle en ningún momento, quién era, ni el cargo que él representaba.

Efectivamente, este buen hombre que como un enviado del SEÑOR, se le presentó casualmente a Pelayito, no era otro que el PRESIDENTE DE LA CAJA DEL RETIRO DEL TRANSPORTE TERRESTRE, Sr. Javier H. Bolaños Pacheco, el cual compadecido de la triste situación del viejo empleado, le tramitó rápidamente su Expediente, consiguiéndole su Jubilación.

Hoy Pelayito, como una gracia de Dios en quien siempre tuvo tanta FE ha conseguido su Jubilación, se retira de la mendicidad pública, cuya limosna no solicitó nunca de palabra, pues ello le daba pena.

Queremos por medio de estas líneas, darle las gracias al Sr. Javier Bolaños Pacheco, Presidente de la Caja Nacional del Transporte Terrestre, por su benemérita obra, proporcionándole a este infeliz, con su Jubilación la manera de poder subsistir en el resto de su vida.

Todos los Santiagueros reconocen la magnificencia de su obra, y en el corazón de cada uno de nosotros, pedimos a DIOS, en quien Pelayito siempre tuvo tanta fe, que a usted lo bendiga Sr. Bolaños Pacheco.

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Artículo publicado en la Revista Antorcha, el día 30 de junio de 1956, con la firma de Manuel Perera Fundora.

Almuerzo de agradecimiento ofrecido al Sr. Javier Bolaños 

La foto capta un aspecto de los asistentes al almuerzo-homenaje ofrecido por el Sr. Israel Encinosa días pasados en el Restaurante La Dominica al Sr. Javier Bolaños, Presidente de la Caja de Jubilaciones Ferroviarias por lograr la Jubilación del Sr. José Luís Domínguez.

 El pasado sábado día 9 le fue ofrecido en el Restaurante La Dominica de esta ciudad un almuerzo al Sr. Javier Bolaños, Presidente de la Caja de Jubilaciones de los Ferrocarriles y a su vez Secretario de la Federación de la Hermandad Ferroviaria número 2; por el Sr. Israel Encinosa, antiguo vecino de esta población como agradecimiento por el interés que hubo de tomarse a fin de que fuera aprobada la Jubilación en los Ferrocarriles al Sr. José Luís Domínguez, conocido cariñosamente por toda la población por Pelayito.

A este ágape de confraternidad asistieron, el homenajeado Sr. Javier Bolaños, el anfitrión Sr. Israel Encinosa, el Sr. Eladio Cid, Presidente de la Hermandad Ferroviaria número 2, Dr. Andrés Olivera, Abogado Consultor de la Federación, Pedro de la Vega, Secretario de Actas de la Delegación número 2, Alejandro Ovies, miembro del Ejecutivo, Nelson Mendoza, Secretario del Sr. Javier Bolaños, Luís Molina, empleado de la Caja, el Sr. Rolando Encinosa, conocido comerciante, el Dr.Gabriel Gravier, conocido abogado local, Presidente de la Asociación Más Luz que ofreció el acto a nombre del Sr. Encinosa, el  empleado jubilado, Sr. José Luís Domínguez Pérez y el que suscribe como invitado en representación de esta revista.

Haciendo un poco de historia sobre este caso podemos decir que desde hace mucho tiempo el Sr. Domínguez Pérez, estaba tramitando su Jubilación, pero siempre encontraba obstáculos en sus gestiones la mayor parte de las veces por no poder afrontar económicamente lo necesario, así fue pasando el tiempo y Pelayito, hecho un indigente, casi ciego pedía limosna en los establecimientos públicos con una alcancía, pero siempre con su fe puesta en Dios, que algún día alguna persona buena le diera la mano, así las cosas, una noche llegó hasta La Dominica el Sr. Javier Bolaños con otros amigos, Pelayito fue hasta él sin conocerlo a pedirle su ayuda como lo hacía con otros, Bolaños depositó unas monedas en su alcancía, pero su vista quedó fija en aquel personaje a quien preguntó si el no había sido un antiguo empleado ferroviario, a lo que Domínguez contestó que sí, pero que había estado gestionando su retiro pero que a pesar del tiempo transcurrido nunca había tenido éxito en sus gestiones, Bolaños no dijo nada más, dejó la conversación y siguió con sus amigos.  Pocos días después el amigo Sr. Israel Encinosa, lograba entrevistarse con Bolaños desconociendo también su visita a esta ciudad y su conversación con su recomendado, éste le prometió interesarse. Hoy Pelayito como una gracia de Dios en quien siempre tuvo tanta fe, ha conseguido su Jubilación se retira de la mendicidad, desapareciendo de su pecho aquellos carteles en los que de una manera discreta, imploraba la caridad pública, cuya limosna no solicitó nunca de palabra, pues le daba pena.

Este caso es digno de mención y debe ser conocido por toda la población.

El acto con sencillas palabras fue ofrecido a nombre del Sr. Israel Encinosa, por el Dr. Gabriel Gravier, demostrando al Sr. Javier Bolaños el agradecimiento de un pueblo por la obra humanitaria que acaba de realizar, sacando de la mendicidad a un hijo de este pueblo, que la falta de trabajo y de la vista lo había llevado a este extremo, también se refirió al Sr. Encinosa que cogió este caso como algo suyo para hacer algo por Pelayito hasta que consiguió el éxito deseado.

El Sr. Javier Bolaños, agradeció este simpático acto, al Sr. Encinosa y dijo que ellos estaban allí, en la Caja para suministrar justicia y cumplir con su deber y una vez enterado del asunto del Sr. Domínguez Pérez y ver lo interesado que por este caso se encontraba el Sr. Israel Encinosa hizo todo lo humanamente posible porque el mismo se resolviera, después usó de la palabra el Sr. Eladio Cid, Presidente de la Hermandad Ferroviaria y por último el jubilado José Luís Domínguez, que con lágrimas en los ojos agradecía a Bolaños y a Encinosa todo lo que hicieron por él, haciéndolo un hombre nuevo, en beneficio de la sociedad.

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Artículo publicado en la Revista Antorcha, el día 30 de junio de 1959, con la firma de Luís Beiro Rodríguez.

PELAYO

Raro es hallar un barrio, ciudad o capital que no tenga sus tipos populares; personajes éstos que sirven de diversión, sentimentalismo o befa al conglomerado donde vegetan.  Son actores que la gran comedia de la vida les ha conferido la misión de desquiciarse del monótono pensar, sentir obrar y hasta expresarse de sus conciudadanos.

La Habana tiene su Caballero de París y Santiago tiene su Pelayo.  Claro que hay una diferencia muy grande de uno al otro.  El primero es un parásito social que ha hecho de la limosna una profesión[1]; el segundo siempre ha sido un trabajador incansable.  Pero como ambos son inadaptados a los cánones sociales por el cual nos regimos ello es suficiente para hermanarlos en la clasificación antes expresada.

Conocí a Pelayo veinticinco años atrás. ¡Que rara paradoja a la figura del Pelayo de hoy!  Obrero infatigable de los Ferrocarriles Unidos (hoy Occidentales), desenvolvía una casi vida normal.  El "casi" lo endilgamos aquí porque su única diferencia consistía en ciertos ensimismamientos que le hacían creer que sólo el mundo que él se creaba era el verdadero derrotero a seguir.

Cuando le declaraban, a intervalos, excedente en el trabajo tomaba el cajón de limpiabotas, repartía programas de cine, vendía baratijas o pregonaba billetes.  Siempre dispuesto a ganarse el sustento diario por sus propias manos.

Era Pelayo amante de la lectura.  A veces leía a Sócrates por boca de sus alumnos (Platón y Jenofonte) y otras practicaba la oratoria con el mismo fervor con que Demóstenes repasaba sus discursos frente a una playa, y con piedras en la boca, para dominar la tartamudez.

Es de suponer que la filosofía de los clásicos se transformaba en su cerebro como de la misma rareza con que el Caballero de la Triste Figura asimilaba las aventuras de la Caballería Andante.

Alimentándose deficientemente, llevando una vida casi bohemia, la literatura se atrofió en su ego y de ahí aquella verborrea que a todos les gustaba escucharle.  Nunca faltaba algún iluso que exclamara al oírle: ¡Que facilidad de palabra, lástima que no hubiera estudiado!

Los años fueron cayendo sobre Pelayo como fuertes latigazos.  Como consecuencia de ese deambular solitario y sin freno, sin un método uniforme de vida, nuestro personaje, se fue hundiendo más y más en las tinieblas.  Ya era desordenado en el vestir y en el aseo personal y el concepto de las cosas tenía para él un valor nimio.

Como aquellos estados místicos que periódicamente asaltaban a Van Gogh; Pelayo comenzó a sentir ciertas crisis donde se mostraba a veces intratable y hasta hosco.  Pasado ese período, volvía a ser el hombre de siempre: sonriente, comunicativo y hasta humorista.

Nunca ha tenido un amor.  Nadie sabe si en su juventud tuvo alguna aventura frustrada.  Cuando piropeaba a una dama lo hacía con corrección y elegancia.  Nosotros creemos que el celibato fue el principal causante de su desarreglo racional.

Creemos, sinceramente que el matrimonio no es solamente la puerta que se abre para saciar un deseo insatisfecho o para procrear la especie.  Para el hombre es mucho más.  Es la forma de ordenar su vida y de coordinar todos esos arrebatos y livianidades que la existencia célibe conlleva.

El hombre que no constituye un hogar es victima de las circunstancias.  Pelayo es uno de ellos.

Las enfermedades y los achaques fueron nublando su conciencia.  Hoy es una sombra del Pelayo de antes.  Cuando se enfermó de la vista el mismo se recetó dos espejuelos, uno sobre otro ante sus ojos....

Si hoy le vemos alargar la mano pidiendo una dádiva es porque sus fuerzas no le responden ya para ganarse la vida por sus propias manos.  Viste casi de harapos, porque en sus ratos de lucidez sabe otear el horizonte y reconocer que solo le aguarda una miserable tumba como punto y meta final a su existencia.

Los que no le conocen y le ven arrastrar su vencida humanidad por las calles del pueblo dando la sensación de un orate, no comprenden que en ese cuerpo fláccido, en esos ojos que miran sin mirar, en esa mente que divaga por las regiones de lo irreal, se encarnó un hombre fuerte y vigoroso, trabajador jovial, que hacía las delicias de los Santiagueros de entonces con sus largas peroratas y sus excentricidades esquizofrénicas.

Pelayo ha sabido mantener durante su existencia, ya en declive, estos sagrados postulados: honradez, decencia y caballerosidad.  Ha sido honrado porque nadie le puede señalar con el dedo de haber burlado la ley; ha sido decente porque esa condición la trajo desde la cuna y ha sido un caballero, en toda la extensión de la palabra, y de eso damos fe los que hemos convivido a su lado por largos años.

Hoy es una figura indiferente, casi repudiable para la nueva generación que no le conoce.  Posiblemente pocos amigos se acercarán a él para obsequiarle una sonrisa, de esas sonrisas que él tanto ha prodigado.  Quiera Dios, que, como el personaje de Calderón, sólo logre despertar de esas realidades "en el sueño de la muerte".

Regalarle una sonrisa sincera es más fortificante para él que recibir una moneda.  No hay nada que conforte más a un desgraciado que un gesto amigo.  Rubén Darío nos describe maravillosamente ese desprendimiento de solidaridad humana al narrarnos, en bellísimos versos una aventura del Cid Campeador: cuando al no tener nada que ofrecer a un leproso, repudiado por todos, que se le acercó, se quitó el guante y le ofreció la mano.  Con lágrimas en los ojos sonrió el leproso. ¡Qué hermoso ejemplo!

Quizá, como el Quijote, cuando la Barca de Caronte le cite, su mente se ilumine y vuelva a la realidad del mundo en que vive.  Claro que entonces una lágrima brotará de sus ojos no por el tiempo que permaneció en las tinieblas sino por no poder continuar en ellas.  Tal vez habrá a su lado un Sancho que, para consolarle, le invite de nuevo a reanudar sus excentricidades pasadas, invitación que él contestará con una sonrisa burlesca, la sonrisa más burlesca de toda su amarga existencia.

Los hombres buenos, por insignificantes que sean, por raros que sean, también tienen derecho a que se hable de ellos.  Por eso he dedicado esta crónica de hoy al querido amigo Pelayo.

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Carta de agradecimiento publicada en la Revista Antorcha, el 30 de julio de 1959.

AGRADECIMIENTO

Con gusto publicamos la carta enviada por Pelayo a nuestro compañero Luís Beiro, agradeciendo el artículo publicado en el número anterior sobre su persona.

Santiago de las Vegas, julio 5, 1959.

Sr. Luis Beiro

Revista "Antorcha"

Ciudad

Amigo Beiro:

Gratitud y reconocimiento, admiración y simpatía; factores que constituyen en justicia la gran amistad que nos une, y que mucho más se acrecienta y en cimientos sólidos con el aporte de datos biográficos del artículo de la revista "Antorcha" intitulado "Pelayo", referente a mi persona.

Ello es una prueba más de tu gran filón espiritual y que justifica una vez más nuestra compenetración.  Mientras el vulgo lanza o precisa a lanzarse a los enfermos a la famosa Rosa Tarpeya de los tiempos de Roma o de Grecia, tú con tu sapiencia periodística, sin ser médico haces un estudio anatómico, presentas la llaga y las cicatrices con tu saturación de sublimidad, aunque sabes que mi salud está bastante quebrantada también demuestras saber que mientras el alma está en el cuerpo hay esperanza.

Un ser vulgar suprime el enfermo con la muerte de la indiferencia. Tú como un sol, suprimes la enfermedad con el estímulo de atraerme a la vida social.

Pero confieso, dice don José de la Luz y Caballero, "confesar la propia falta lo mejor de las grandezas", confieso que mi restitución al conglomerado es algo muy difícil para mí.  Alguien dijo que el hombre es un animal de costumbres y en ese mundo que yo me he creado con la fantasía de mi imaginación no tengo a más nadie que mi desgracia y ya me acostumbré a ella.  Me siento relativamente feliz en mi estado como el poeta o el filósofo sin serlo: otras veces encerrado en mi torre de marfil aunque no sé a diferencia de Sócrates que sabía mucho y también sabía que no sabía nada.  Pero yo no sé nada y sé que no sé nada.

Mientras tanto, causo al mundo la impresión de ser un Diógenes[2] moderno pero yo sé que no soy ni la sombra del Pelayo de antes... Pero el mundo y la sociedad siguen su curso y tú y yo seguimos siendo buenos amigos. 

Respetuoso y fraternal

 Pelayo

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Fuentes consultadas:

  1. Andrade, Grisel.  “El Caballero de París”, el hidalgo errante de las calles de La Habana, en Nostalgia Cuba, consultado el 6 de mayo de 2021 en https://www.facebook.com/groups/nostalgiacuba/permalink/977384002155187/
  2. Beiro González, Luís. Pelayo. En revista Antorcha, Año XIV, No. 8, Santiago de las Vegas, junio 30 de 1959.
  3. Domínguez Pérez, José Luís. Como Viene. En periódico El Líder Juvenil, Año 1, No. 22, Santiago de las Vegas, 14 de noviembre de 1931.
  4. ————Agradecimiento. En revista Antorcha, Año XIV, No. 9, Santiago de las Vegas, julio 30 de 1959.
  5. El caballero de París, en www.ecured.cu, consultado el 29 de marzo de 2021.
  6. Marely, Leoncio. Pelayo. En periódico El Líder Juvenil, Año 1, No. 21, Santiago de las Vegas, 7 de noviembre de 1931.
  7. Microsoft Bookshelf 2000. Concise Encyclopedia. Microsoft Corporation. 2000.
  8. Perera Fundora, Manuel. Casos que no deben quedar ignorados. En revista Antorcha, Año  XI  No. 7, Santiago de las Vegas, mayo 30 de 1956.
  9. ————Almuerzo de agradecimiento ofrecido al Sr. Javier Bolaños. En revista Antorcha, Año XI   No. 8, Santiago de las Vegas, junio 30 de 1956.

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[1] N. de la R. Fue un personaje célebre en La Habana, de manera tal que no se podría escribir la historia de La Habana sin mencionarlo.  Su nombre fue José María López Lledín, nacido en la provincia de Lugo, España en diciembre de 1899.  Llegó a Cuba antes de cumplir los 15 años de edad y trabajó en diferentes actividades, entre ellos, en una oficina de abogados, en una florería, en una librería y sirviente de restaurante en diferentes hoteles, entre ellos el Inglaterra, el Telégrafo, el Manhattan y el Sevilla.  Fue un joven jovial, educado y amante de la poesía. Se dice que fue acusado injustamente de robar las joyas de una dama de alto rango. Condenado a 6 años en la cárcel del Castillo del Príncipe en 1934, a pesar de que proclamaba su inocencia.  Cumplió su condena; su mente aturdida ante una realidad impuesta, no sostuvo su coherencia, debido a la angustia, la ira y la desesperación de saberse inocente.  Enfermó de parafrenia, una patología que se caracteriza por delirios y alucinaciones y que no le fue diagnosticada hasta 1977, en que fue ingresado en el Hospital Psiquiátrico de La Habana (Mazorra). A la salida de prisión, comenzó a deambular por las calles de La Habana y lo hizo por más de 35 años, lo que le valió popularidad.  Su porte distinguido y sus exquisitos modales habían perdurado a pesar de su enfermedad. El apodo de Caballero de París no tiene un origen bien precisado; sobre ello existen varias versiones. Aunque parte de la opinión pública lo consideró por mucho tiempo como lo califica el autor del artículo, en realidad, su conducta estaba dictada por su enfermedad y para nada por una actitud consciente. Al momento de escribirse este artículo (1959) se desconocía que el Caballero de París se encontraba enfermo.

[2] Diógenes de Sinope (412?—323 a.n.e). Filósofo griego, generalmente considerado el fundador de los cínicos, una escuela de filosofía clásica.  Nacido en Sinope (hoy Sinop, Turquía), estudió en Atenas, donde fue discípulo del filósofo griego Antístenes,  que enseñaba a no respetar las convenciones sociales y a evitar los placeres. Diógenes se sumió en una vida de austeridad y mortificación, vistiendo ropas toscas, comía alimentos sencillos y dormía en las calles o en los portales.

La virtud fue el objetivo principal de la filosofía de Diógenes. Se preocupó por la sabiduría práctica y no estableció ningún sistema de filosofía. Se rió de aquellos que estudiaban como hacer valer la verdad pero no cómo practicarla y según las versiones populares, caminó a través de Atenas a plena luz del día llevando consigo una lámpara encendida, afirmando que buscaba un hombre honesto.

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