domingo, 27 de febrero de 2011

Canto al pescador de agua dulce

¿Pescó usted alguna vez en las lagunas, ríos y arroyos que rodean el verde valle de Santiago de las Vegas? Marcelo Salinas, el reconocido escritor, poeta y dramaturgo santiaguero, autor de la cubanísima obra Alma Guajira, gustaba tanto de pescar que desplegó su considerable talento literario para dejar constancia de ello. Hoy nos complace compartir con todos los santiagueros en línea un bello y breve ensayo de Salinas publicado en la revista del Club Atlético Santiago en el número extraordinario de julio de 1948, conmemorando el décimosexto aniversario de esta noble institución.

Canto al pescador de agua dulce

Marcelo Salinas
Egregio compañero de la caña, el anzuelo y la calandraca, ¡salud! Fraterno amigo de los madrugones aromados por el café negro y el cigarrillo suave, ¿qué saben los profesores de las alegrías nuestras, del goce sano y profundo, contenido en nuestras actividades veraniegas, en el tiempo cuando el sol se levanta con el reloj adelantado y los pájaros trasnochan para no perder el espectáculo del alba?

Vamos, con el saco terciado y el haz de varas sobre el hombro, echando las cuentas galanas de los carpos y las biajacas que nos esperan, dispuestos a entregársenos e hinchar la ensarta; y vamos radiantes de animosa felicidad, recorriendo caminos, salvando charcos, saltando cercas y atravesando fincas. En la fresca dulzura del amanecer, nos juzgamos soberanos sin disputa del zanjón, de la loma y la sabana.

Rumbo al suroeste, con la luz a la espalda, se brinda a nuestras ansias la hoya inmensa, paraíso para nuestros audaces proyectos; la hoya prodigiosa, sembrada de viveros en que rebullen las recias truchas, zahareñas y caprichosas como mujeres coquetas: "Lechuga", humilde y placentera; "Castellanos", otrora fertilísimo depósito de vida y hoy reducida a estrechez infame, por la insensatez del negocio prosaico; "Ahoga-Mula", encerrada entre el doble cepo de la carretera y los cultivos; "Los Guamajales", engañadora poceta a primera vista y dilatado bolsón cuando de cerca se la examina; y cargando hacia el sureste, tras salvar la vía férrea vigilada por el molino metálico de Farriol: "Los Troncos", donde la hierba sirve de guarida a ejemplares dignos de la más exigente mesa; las dos gemelas de "La Luisa", cubiertas por la pasa de negro y el júntate-luego; "Laguna Blanca", de fondo arenoso y superficie limpia, pese a las enormes balsas que la cortan; "Bonocio", tan pequeña como rica; y llamándonos con el incentivo de su promesa remunerativa, "El Asiento", cuyo cristal rizan las bandadas de patos, cuyo fondo esconde un tesoro de aletas y escamas...

Más allá, muy lejos, el deseo nos recuerda la extensa "Ariguanabo", cuna y madre de un río.


Nandopsis Tetracanthus, alias biajaca
Tal vez, hermano, sea estéril la jornada. Quizá los Hados dispongan hartazgo y desdén en los peces que habrían de colmar nuestros anhelos... ¡No importa!: otra vez será. Y aún cuando las burlas pretendan herirnos y las sátiras zumbonas quieran alcanzarnos, ¿quién o qué podrá borrar de nuestro espíritu la inefable dicha experimentada? ¿Quién o qué podrá, jamás, por larga que nuestra existencia pueda ser, robarnos el contento de las evocaciones al calor familiar, rodeados de los chiquitines queridos, que nos oyen atentos?

¡Oh, las ligeras caminatas por sobre los caguazales rociados por la noche! ¡El panorama excelso de los verdes hinojos, apretados en fila, peinados por la brisa, en lo alto de "Lomo Tendido"! ¡El incomparable dosel de las ceibas gigantes elevándose al cielo, en ansia inextinguible!

Pasan y pasan los años, que la vejez hace tediosos; el padre Cronos, implacable, siembra de arrugas nuestra cara y de pliegues desfallecientes nuestro corazón... No importa, hermano de la caña, el anzuelo, la calandraca y el férvido anhelar: cuando nos tiemblen las manos y se atenúe, cansado, el fuego de nuestros ojos, todavía ha de alentar, allá en el fondo más escondido de nuestra memoria, la visión radiosa de la belleza vivida; y aunque nuestra voz vacile, sabremos gozar, repasando el pasado, los instantes incomparables de nuestra juventud.

Egregio compañero del saco, el sombrerón y la lata: hay perfume de auroras, trinar de aves, susurro de brisas y arrullar de aguas dormidas en el hondo regazo de tus recuerdos... ¡La muerte, sólo, puede arrancarte tan preciado tesoro!

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