por Giraldo Raymond de Con / Gijón, Asturias
Hubo un tiempo en que los Reyes Magos venidos desde el mítico Oriente visitaban Santiago de las Vegas. Crecimos soñando con su llegada y jurando que nos habíamos portado bien y habíamos sido obedientes para escapar del saco de carbón que nos dejarían en caso contrario. La estrella de Belén, faro de guía para que estos reyes llegaran con sus ofrendas hasta el niño Jesús, también indicaba el camino a nuestro pueblo.
Eran días de luces y colores, donde en cada casa se montaba el árbol de Navidad; algunos ostentosos, otros más modestos, pero todos estaban presentes hasta el día de Reyes, donde en su base depositarían nuestros regalos, por supuesto después que los camellos comieran la hierba y bebieran el agua que le ofrecíamos en recompensa por aquel largo y fatigoso viaje.
Valorar la justeza de los reyes en su reparto es cosa de mayores, nuestra única prioridad era escribir la carta donde pedíamos nuestros juguetes preferidos y esperar impacientes, no sin antes cerciorarnos que había una ventana abierta en la casa por donde pudieran entrar. Íbamos para la cama, con la esperanza de poder ver a los tres magos en el momento de su llegada pero deberían de ser muy sigilosos porque nunca logramos nuestro objetivo. Esa mañana nuestro corazón latía como nunca y la sorpresa era mayúscula al comprobar que no teníamos carbón. Allí en la base de nuestro árbol estaba nuestro velocípedo, el juego de indios y cowboys, los bolos, los soldaditos de plomo, el ultimo modelo de Chevrolet descapotable y el siempre bien ponderado libro de cuentos.
Se apagaban las luces y teníamos todo un año para disfrutar, siempre a la expectativa de que los espías o duendes que vigilaban nuestro comportamiento informaran a los Reyes Magos que éramos los mejores niños del mundo. Hace algunos años me tope de nuevo con ellos, les reclame que nunca me trajeron el tren eléctrico que les pedí, se disculparon y me dijeron que aunque ya era un poco mayor para jugar no perdiera la esperanza, que volverían por Santiago.
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