Gabriel Gravier Delgado (1900-1974) |
Hoy nos llega, por magia de las palabras, el eco de un personaje olvidado del remoto Santiago de los primeros años del siglo XX – y de su fiel sabueso, inseparables compañeros que tan fuerte impresión crearon en el joven poeta.
El negro jutiero
por Gabriel Gravier Delgado
Existe en mi recuerdo, como en el agua rizos, un personaje raro que conocí de niño. Confieso candoroso que de recuerdos vivo. Corresponde a un sujeto sin relieve, sencillo, quizá ni lo recuerden coetáneos amigos. Me remonto a los tiempos que indican el principio de los saudosos días con que despuntó el siglo; generales, doctores, rimbombantes políticos, brujos y curanderas, clérigos y mendigos, aquella noble fauna del folklórico estilo. Mas, pongamos el lente directo al objetivo; que el comentario ceda su paso al albedrío. Una figura extraña, las dos cosas, repito, sujeto y predicado, con nombre y adjetivo. Era como un fantasma, casi “un aparecido” que solo por la tarde con su blando sigilo y su “jolongo al hombro” –parece que lo miro– pasaba hacia “la loma”, accesible por trillos que sólo conocían terneros y guajiros. Estrafalario, mudo; de yute iba vestido si a tal se le llamara al haz aquel de ripios. El negro jutiero, –lo exhumo del olvido– no me acuerdo del nombre, si Julián o Cecilio, acompañar se hacía de su leal perrito, un sato amaestrado a no emitir ladridos, por excelente técnica triunfante del oficio. Era un violín callado por el hambre y el frio. Dostoyevsky pondría en ellos sus atisbos; tal vez hasta Durero, entre rasgos sombríos, nos daría en plumilla la luz de aquel motivo, y nuestro Landaluce no se hubiera perdido de llevar a sus óleos un San Lázaro vivo despertando oraciones de sentimentalismo; | como Goya el maestro de rostros nunca vistos en los famosos cuadros por la intención vacíos. El negro jutiero (su nombre era Cecilio, al recuerdo horadando con precisión lo fijo, la eufonía descubre el tono junto al ritmo) vivía de la caza distinta de los ricos. Ya de tarde en la noche con santo regocijo al pueblo regresaba con el botín magnífico: seis o siete jutías desolladas, divino menú, “carabalíes” o “congas” es lo mismo. Con vino de barrica, plátano verde frito, hacían la boca agua al contar un suspiro. Lo más sabroso era asarlas en espicho. Ortega y Gasset, alto con júbilo me dijo: “esto es manjar de dioses, grandioso animalillo; de ratón se disfraza por defensa de instinto, pero el inteligente que sabe el contenido lo descubre y lo caza; el bocado es divino; no en balde los mambises le rendían un rito…”
¡Oh negro jutiero, en el recuerdo mío trasunto de un quijote formado en amasijo de silencio y miseria entre tu propio olvido! Desde mi cumbre triste, igual que cuando niño te nombro y te saludo y en tu memoria brindo. Hace ya muchos años que a la muerte te has ido; pero cuando me vaya quizás no haya un amigo que con voz conmovida evoque lo que he sido… ¡Los desterrados somos sombras en un abismo! |
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