domingo, 18 de marzo de 2012

Un nuevo ángel

por Leonardo Gravier | Coral Gables, Florida

Encima del dolor que me había producido el fallecimiento de mi primo Alberto Cortada y Romero (el Nene), con quien me crié casi como hermano, recibo la noticia del fallecimiento, en diciembre del pasado año, de Lucrecia Barrios.

Gracias a la gentileza de Arsenio Alemán, quien me facilitó su dirección, pude escribirle una carta a Lucrecia el 12 de enero de 2008. No sé si habrá llegado a sus manos o si estaba en condiciones físicas y mentales de responderme. No recibí respuesta a mi carta.

Los seres humanos tienen tres estados: la vida, la muerte y el estado de coma o vegetativo. Pero los cubanos tienen un cuarto estado: la ausencia. Pero la ausencia a la que me refiero no es la institución de Derecho Civil o la canción de Jaime Prats (ausencia quiere decir olvido…). Nuestra ausencia es la del que se va de Cuba; en ésta, los que se quedan casi nunca vuelven a saber de él, los que se van casi nunca vuelven a saber de los que dejaron. Así nos pasa con muchos seres queridos. Por una razón o por otra, desaparece el flujo de la comunicación.

Lucrecia Barrios estuvo muy presente en mi niñez. Había sido la alumna predilecta de mi madre y ella le había correspondido con todo el cariño que sólo una hija puede prodigar. Lucrecia era un ángel y le sobraban atributos para ser considerada como tal. Sus familiares estaban ligados a nosotros. El Procurador Barrios era el amigo de mi padre que usaba en la procura con sus clientes. El hermano de Lucrecia era el amigo de todos, trabajador muy serio y gran cantante. Lucrecia fue también mi maestra, y junto a Leonides Cremata y a Isabel Bancells, una de mis profesoras inolvidables.

El aula de la profesora Rina Cortada de Gravier (centro, segunda fila) en 1936, con el mismo grupo de estudiantes que participó en el concurso Drake; Lucrecia Barros, ganadora del concurso, es la última niña de la segunda fila. (Fotografía de Lucrecia Barrios) 


Antes que yo comenzara en la escuela, siendo aún un niño majadero, me tranquilizaba con sus cuentos y otros relatos que incitaban mi curiosidad. Mas como persona brillante y lectora asidua y culta, sus cuentos eran sacados directamente de la mitología griega: Teseo, el Vellocino de oro, Dédalo y el laberinto, etc. ¡Qué dulce era! ¡Cuánto la quise!

Lucrecia se graduó con honores de la Escuela Normal para Maestros y fue mi maestra de tercer grado en la Academia Gacio, era muy religiosa y magnífica educadora.

¡Dios la acoja en su seno!

1 comentario:

  1. Gracias por estos recuerdo! Yo fui a la academia Gacio pero no me acuerdo de tatos detalles. Muchisimas gracias por esta historia.

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