por Ela María Díaz Gravier A mi memoria vienen tantos y tantos recuerdos que tengo guardados en mi corazón... Mi pueblo Santiago de las Vegas, ese pedacito de espacio donde fui tan feliz y desdichada a veces, pero guardo gratos recuerdos de compartida felicidad y aquí va una pequeña historia que quizás para algunos nada represente pero para mí, es como tener guardado un tesoro en mi corazón y he aquí ... “un día feliz”. Amanecía, de repente abrí los ojos y vi la clara luz de la mañana que entraba por la ventana de nuestro cuarto. El corazón empezó a latirme a una velocidad vertiginosa, pero no de angustia, sino de felicidad. Los niños suelen ser felices con cualquier cosa, mi alegría se debía a que era sábado, ¡todo un día! De un salto caí en la cama de mi hermana y empujándola fuertemente comencé a despertarla: Minín, Minín, despiértate, ya es por la mañana y hay mucho que hacer. Demás esta decir que me fascinaba oír el cha cha de las chancletas de mi abuelo en al cocina, haciendo el café, puesto que decía que no había nadie que lo hiciera mejor que él. Recuerdo el delicioso aroma que inundaba la casa y eso que la casa era bien grande. Abuelita se estaba levantando y esperaba el rico desayuno que mi abuelo le preparaba, ya que la pobre no podía caminar, solamente lo hacía con muletas. Mi abuela era muy buena y lo digo porque era la verdad. Mi hermana y yo nos levantamos, fuimos al baño, nos lavamos los dientes y la cara, nos vestimos con nuestras batas de juego y mi hermano Tato que aún dormía, se despertó con la algarabía nuestra y enseguida nos siguió. Corriendo nos fuimos al traspatio de nuestra casa, éste era un patio de tierra, donde había árboles frutales, una mata de mango, otra de guanábana, de anón, de naranja lima, de naranja agria y una mata de higo al fondo y ahí, en ese paraíso, estábamos Minín, Tato y yo, sentados en un cementado que nos servia de asiento, planeando qué hacer durante el día. Tato siempre tenía la esperanza de que Minín le hiciera una piscina, la cual era su sueño, en fin, que teníamos un día que nos pertenecía por completo. Hacíamos hamacas por doquier, cada uno de nosotros tenía la suya propia y hechas por nosotros mismos con pedazos de sogas y cadenas que encontrábamos. En esas hamacas nos montábamos y nos tirábamos compitiendo y el que se tiraba más alto, ganaba. Cuando nos cansábamos de las hamacas mi hermana Minín me embullaba a hacer una casita, entonces empezábamos a buscar palos y ramas de areca secas para hacer el techo de la casita. Esta obra la hacía mi hermana, ya que para esas invenciones a Minín no había quién le pusiera un pie. Así pasábamos el día, de una cosa en otra, además debo añadir que teníamos tremenda siembra de cuanta semilla encontrábamos, en nuestra “supuesta finca”. Esto significa que por la tarde estábamos del color del patio. Teníamos dos amiguitas: Helen, que era amiguita de mi hermano, y Giselita, que era amiguita de Minín, y Marlene mi prima que casi siempre estaba conmigo. A las tres de la tarde, Mima nos bañaba y nos llevaba al cine a ver dos películas. Otras veces nos llevaba al parque, donde con otras niñas nos divertíamos de lo lindo. Ya después, nos íbamos para la casa a comer y al terminar la cena, mi abuelita sacaba dos sillones para la acera, donde se sentaba a pasar el resto de la tarde. Mi cuadra era muy alegre, todos los vecinos también se sentaban en sus sillones y la gente pasaba y se quedaban a conversar mientras que nosotros jugábamos, dando brincos, saltos y juegos inventados. A esa hora la cuadra parecía una feria, todo el mundo contento, nunca nadie estaba triste. El olor que tenía mi pueblo en la noche es inolvidable, todas las casas tenían en sus patios matas de gardenias, rosas, diademas, jazmines de cinco hojas y muchas flores más. Ya a las diez, nos mandaban a la cama refunfuñando, pero para nosotros había sido un día feliz. Ah! y para el otro día, mi Papá nos había prometido llevarnos a la playa y después al Cacahual, qué felicidad. Y así transcurrió nuestra vida. Han pasado muchos años, tantos... pero todavía recuerdo ese pedacito tan querido y amado. Ya mayor, a veces por la noche iba a casa de alguna amiga y mientras caminaba iba oliendo aquel perfume que a través de los años continúo recordando con profunda nostalgia. Es por eso que muchas veces digo para mí... ¡...Y AÚN RECUERDO SU OLOR! (Escrito original con fecha septiembre 9 del 2006)
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