Semblanza y anécdotas de mi abuelo:
el Coronel Alejandro Gravier
por Leonardo Gravier
Aunque nació en Bahía Honda, provincia de Pinar del Río, Alejandro Gravier y Quiñones fue hijo de Santiago de las Vegas por su propia selección. Nacido de padre francés, Henri Gravier Berthoneaux y de madre bilbaína, Maria Quiñónes y Gelas, un 16 de Agosto de 1851, fue casado con santiagueras y crió a sus hijos en Santiago. Su primera esposa, Dolores Delgado, falleció después de darle cinco hijos. La hermana de ésta, Josefa Delgado, le crió esos cinco niños en Santiago y más tarde se casó con Alejandro. De ese segundo matrimonio nacieron seis hijos más. Josefa nunca distinguió entre sobrinos e hijos, los once niños fueron criados con la misma solicitud y cariño.
Mucho antes de que comenzara la Guerra de Independencia, ya Alejandro conspiraba en Pinar del Río contra España. Fue delatado por los voluntarios y escapó hacia los montes de la Cordillera de los Órganos desde su casa en Bahía Honda. Iba en su caballo Moltke y lo acompañaba una partida de compañeros de la conspiración. Al llegar el General Antonio Maceo a la zona occidental, saludó a Alejandro con el grado de Capitán del Ejército Libertador. Fue respetado y querido por su tropa que le cantaba este ovillejo:
“Tú batallas con afán,
Capitán.
Por libre tu tierra ver,
Gravier
Sin medir las condiciones,
Quiñones.
Tú mereces atenciones
De los hombres predilectos;
Yo te ofrezco mis afectos
Capitán Gravier Quiñones.”
Peleó junto a las tropas de Maceo al igual que sus bravos compañeros los generales Manuel Piedra, Pedro Díaz, y José Miró Argenter; y también junto a los coroneles Carlos Socarrás e Indalecio Sobrado. Vió brillar los machetes, alumbrar las tercerolas y los cañonazos, y vió morir grandes amigos como Carlos Socarrás en Loma Redonda (Cacarajícara). Socarrás valiente y aguzado en el combate como lo describe el general José Miró. Peleó también en combates cerca de Las Pozas, Quiñones, Bahía Honda, Viñales y Cacarajícara, entre otros.
Al terminar la guerra fue propuesto para gobernador de la provincia de Pinar del Río, pero se negó a aceptar tan alta distinción. Más adelante apoyó para ese cargo a su amigo Indalecio Sobrado; el aceptó el cargo de jefe de la policía provincial y después el de impuestos provinciales.
Cuentan los periódicos de la época que al llegar Maceo a Bahía Honda, el hijito de Alejandro, cieguito por la viruela y llamado Enrique Gravier, insistió en conocer a Maceo. Enterado de ésto, fue el Titán de Bronce hasta la casa del niño junto a Alejandro y bajando del caballo dejó que el cieguito le palpara los brazos, los hombros y la cara. Después exclamo el niño: “Papaíto, ¡qué grande es Maceo!”
En 1901 fue de los veteranos que se negaron infructuosamente a la Enmienda Platt. Por eso decía que no quería desensillar a su caballo Moltke.
Al iniciarse la república el 20 de Mayo de 1902 se izaron banderas cubanas en toda la isla. Alejandro, ya en su casa, izó la bandera cubana y junto a ella, la bandera española que traía como trofeo de guerra ganada en el fragor del combate. Era éste el gesto conciliador de un mambí que, ya sin rencores ni ánimo de revancha, quería que se iniciara la república con todos y para el bien de todos. El Círculo Español de Santiago le envió una comunicación acompañada por el título de Socio Honorario. Este gesto fue seguido por otros círculos españoles al enterarse del acontecimiento.
Al Círculo Español le envió una hermosa carta de agradecimiento en la que aclaraba que al izar junto a la bandera de la estrella solitaria (que era la de él y de la naciente república) la bandera de oro y gules de los españoles, le animaba junto al espíritu conciliador, el recuerdo de su madre española que había muerto al nacer Alejandro.
En un artículo del periódico “Justicia” publicado en Guanajay, aparece el relato de un incidente entre Alejandro Gravier y el prestigioso Senador de la República Wilfredo Fernández. Este Senador era un intelectual y honorable cubano que durante la guerra había sido partidario de los españoles. Por ello muchos lo llamaban “guerrillero”. Fernández había prometido públicamente retar a duelo a quien lo llamara “guerrillero”. En un banquete del Partido Conservador, donde militaban Alejandro y Wilfredo Fernández, los organizadores con el espíritu del típico “choteo” cubano, sentaron en una silla a Fernández y reservaron junto a esa, la silla donde habría de sentarse Alejandro. Al llegar este último al banquete y ser conducido por los organizadores al asiento al lado de Wilfredo Fernández dijo Alejandro: “Yo no puedo estar presente compartiendo con un guerrillero como Wilfredo Fernández.” Los comensales quedaron atónitos y se hizo silencio. Fernández se paró y con toda la elegancia de un perfecto caballero dijo: “Únicamente un patriota de tan limpia historia como Don Alejandro Gravier podría inferirme tal ofensa sin que mi espada de caballero pudiera cruzarse con su machete de libertador.” No sé que paso después, pero sí conozco que mi padre, Gabriel Gravier fue, pasado un tiempo, un gran amigo y admirador de Wilfredo Fernández hasta la muerte de este gran tribuno y gallardo caballero.
Decía el general Manuel Piedra en sus memorias que Alejandro inspiraba tal respeto y simpatía que la tropa no le llamaba coronel sino Don Alejandro. Decía además que sólo al general Piedra prestaba su caballo Moltke y que era el único mambí que siempre se las agenciaba en la manigua para bañarse todos los días.
Alejandro crió toda su familia en Santiago; no obstante, pasaba gran parte del tiempo en la ciudad de Pinar del Río debido a sus ocupaciones. El destino quiso que el 13 de Octubre de 1913, lo sorprendiera la muerte junto a su esposa Pepa en Santiago de las Vegas. Dicen que su entierro fue uno de los más grandes que había visto Santiago hasta aquella fecha. Sus restos descansan en el panteón de los veteranos del cementerio de nuestro pueblo.
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