por Ana Julia Faya Dicen los expertos que los seres humanos tenemos la tendencia a idealizar aquellos sucesos de nuestro pasado que nos han sido agradables. Al idealizarlos exageramos ciertos rasgos y, con ello, desvirtuamos la realidad. Sin embargo, hay episodios de mi niñez y primera juventud en el Santiago de las Vegas de los años 50 que estoy segura desdicen esa aseveración. La vida entre vecinos califica entre esos capítulos, y el afecto derivado de ello fue siempre compensatorio para mí; lo es aún hoy, después que han pasado tantos años. Fiel a esa especie de tradición no escrita que pasa de generación a generación en los pueblos de Cuba, mi familia tuvo buenas relaciones con todos los que habitaban aquella cuadra de 5 entre 2 y 4, donde residíamos familias de larga data en Santiago. Pero, de entre todos nuestros vecinos, destacó la relación que tuvimos con la familia Orovio, quienes habitaban a distancia de tres patios entre nosotros. Matilde, quien quedó viuda, residía allí con sus hijas --Nenita y Nuri—, con la viejita Mime, y además con Nena Díaz y Helio –Kiko, como le decíamos todos--, hijo de un matrimonio de Nena con el hermano de Matilde, dueño de una peluquería en la calle 2, donde mi madre solía arreglarse el pelo y las manos todas las semanas. Kiko pertenecía a una generación intermedia entre mis padres y nosotros; pero creo que era más cercano por intereses, estudios y entorno a mi hermano mayor, Alberto, y a mí. La música, la literatura, el Colegio Gacio, la Revista del CIR, los bailes del pueblo, eran asuntos que nos unían: En Gacio, como alumno de grados superiores, solía Kiko cuidar de mi aula cuando el maestro no estaba, lo cual a mí me daba cierto orgullo, porque Kiko me era cercano. Aunque al mismo tiempo me preguntaba cómo era posible que pudiera guardar la disciplina del aula, cuando no hacía mucho le había oído a Nena quejarse de lo difícil que era levantarlo para que llegara a tiempo a la escuela. Si los niños le decían algún nombrete, entonces la vergüenza ajena me mataba. La Revista, que se recibía en casa, muchas veces traía algún que otro artículo suyo y eso me hacía verlo como un personaje importante. Cuando Kiko ya publicaba y andaba tocando tumbadoras con grupos profesionales, mi hermano iniciaba estudios de trompeta, y yo me aprendía de memoria poesías para recitarlas en los actos cívicos de la escuela. Entre ellas estaban las de Teodoro Cabrera, santiaguero y familiar de otros vecinos de la cuadra, de quien Kiko conocía su obra, porque si de literatura e historia de Santiago se trataba, nada le era ajeno. Kiko pertenecía a una familia de músicos, al igual que él, que tocaban en conjuntos populares entonces. Conocer a artistas en activo que se oían en la radio o en algún programa de TV como El Show del Mediodía, oírlos conversar y hacer anécdotas en la sala de Matilde era descubrir un mundo al que por mi edad no tenía acceso y, por ende, me resultaba fascinante. Eran tiempos en los que en casa se hacía la sobremesa de cada noche con el programa de la Coca Cola, donde la Riverside o la Sonora Matancera, con Tito Gómez y la inigualable Celia Cruz nos ponían a bailar. Tío Enio me enseñaba a diferenciar los pasillos de una guaracha de los de un cha cha cha, y abuelo se encargaba del danzón. Quizás ese fue el vínculo mayor que tuvimos con Kiko, la música. Sobre todo entre él y mi hermano mayor, para quienes la música popular cubana siempre fue, ha sido, la razón de ser de sus vidas profesionales. La excelencia que alcanzó Kiko con los estudios e investigaciones sobre música popular no eran en nada comparables con sus pocas habilidades en cuestiones de carpintería o trabajos manuales. En aquella casa, donde el único hombre era él, esto a veces se hacía sentir, sobre todo en tiempos de ciclón. Desde los primeros anuncios, era mi padre quien preparaba tablas para nuestra casa y la de Matilde, afianzaba puertas y ventanas con trancas, y aseguraba las tejas; dejaba expedito el paso entre las casas por los patios traseros por si el viento nos obligaba a buscar mejor refugio; y no olvidaba que las velas, el chocolate y las latas de galletas estuvieran a mano. Entre un chiste aquí y un choteo allá, las familias quedaban preparadas. Matilde siempre compensaba a papá después, sin decirlo, con unos excelentes platos de patas y panza con garbanzos o de harina --sus preferidos-- o una natilla acabada de hacer. En Nochebuena, mientras papá asaba el puerco en el patio, o daba carreras a la panadería donde lo había encargado, Kiko era asiduo visitante. Entonces comíamos turrones, dátiles, o cualquier otra golosina. Recuerdo su predilección por las manzanas o las uvas, siempre peladas, porque aquel hijo único de Nena tenía preferencias muy especiales, y ese era a menudo tema de conversación entre Matilde y abuela, las encargadas en cada casa de preparar las comidas. Nuri, quien mantuvo siempre una fuerte relación con su primo Kiko, fue no sólo vecina, sino mi maestra de cuarto grado y una buena amiga de mamá. Matilde me llevó al circo cuando acampaba en las afueras del pueblo, y cuidó de mis hermanos Adel y María en varias ocasiones. A Nena la acompañé a hacer visitas familiares, porque ella decía que con Kiko no podía contar para esas cosas. Mi mamá ayudó mucho cuando alguno de ellos estuvo enfermo, y la reciprocidad no faltó nunca de aquellos vecinos, que eran familia. En las noches calurosas, sacábamos las butacas a la acera y allí conversábamos, visitadas por las hermanas Marquetti. Era entonces cuando a veces veía salir a Kiko, “de punta en blanco”, con su andar pausado y esa sonrisa suya a medio desplegar, rumbo a la calle 2 para coger la guagua hacia La Habana. Yo, me preguntaba entonces sobre aquella vida de él, que mucho más tarde conocí en El Hurón Azul y la casona de la Unión de Escritores y Artistas, siendo ya nacionalmente el poeta, musicólogo y experto asesor de musicales de la Televisión que las reseñas de los últimos días han descrito. En aquel mundo siempre me dirigí a él como Orovio, porque sentía que Kiko era sólo del pueblo de Santiago, de sus amigos allí, de su familia y nosotros. Mi hermano Alberto y Nuri todavía son vecinos en aquella cuadra. Ella le pidió que despidiera el duelo de Kiko, efectuado el pasado 7 de octubre en el cementerio de las afueras de Santiago. Después de rememorar cómo el pueblo en su gente, historia, deportes, cultura está lleno de su paso, dijo Alberto: “Nos extraña mucho no hallarlo a nuestro lado haciendo un comentario irónico acerca de quien les está hablando ahora”, y conminó por ello a terminar con lo formal de la ceremonia “tan imprescindible como tan distinta” a lo que Kiko fue. Tenía razón. “Vámonos para el pueblo”, entonces dijo, “donde, de seguro, él nos va a estar esperando siempre”. Ottawa, octubre 11 de 2008 Nota del editor: Para leer el texto completo de las palabras de Alberto Faya, haga clic aquí y vaya al final del artículo. No se pierda igualmente el obituario publicado en el diario español La Vanguardia, que nos llega por cortesía de Giraldo Raymond de Con en Gijón, Asturias. Nos sorprende ver que no exista página alguna sobre Helio Orovio en la Wikipedia en español. Exhortamos a quien disponga del tiempo y conocimiento a escribir un breve artículo sobre este sobresaliente santiaguero para la más popular enciclopedia en línea. Sólo tiene que hacer clic en el enlace arriba para aprender cómo.
Me da mucho gusto compartir esta conversacion; soy Candida Villavisanis mi tia Bohemia vivia en esa misma calle ; ella trabajaba en La Marquesita y yo fui maestra de Julio A Mella (antigua Carral) del ano 61 al 1965;Saludos Candy villavisanis
ResponderEliminarHe leido en estos instantes un comentario de Candida Villavisanis que me ha dado mucha alegria pues la recuerdo perfectamente ya que estudie el 6to.grado en la escuela Julio A. Mella (Carral) junto con mi hermano Vitico y ella era profesora de pre-escolar me parece, ademas recuerdo perfectamente a su tia Bohemia y habia otra que se llamaba Adelia o algo asi pues eran pacientes de mi papa y visitaban mi casa en el Rpto. Guadalupe.
ResponderEliminarPara ella y su familia muchos saludos.
Alina Martinez Glez.
Quisiera saludar a Cándida Villavisanis, que me ha dado mucha alegría saber de ella. Si es posible toma mi dirección y escríbeme.
ResponderEliminarBetty Lucio
Hola, otra vez estoy super impresionado de saber de Cándida. Fue la primera maestra de mi vida y en realidad era una dulce persona y con una paciencia extraordinaria, porque para soportarme no era fácil ni para la progenitora de mis días, pero dicen de chiquito no se vale. Bueno, le deseo a Candy lo mejor del mundo y mucha salud. Por supuesto para ella es mas difícil recordarme que yo a ella, pero soy el hermano más chiquito de Maribel Vichot. Vivíamos en la calle 3 entre 6 y 8 y todos, es decir los 3 hermanos, fuimos a la escuela de las Carrales. Bueno, un beso y saludos a Carlos , Alina , en fin a todos las personas inteligentes que visitan esta adorable web page.
ResponderEliminarVillito
Candy Villavisanis de nuevo comunicandome ya que he tenido la immensa alegria de recibir varios correos electronicos que me han sorprendido ya que no imaginaba que seria bien recordada y querida.
ResponderEliminarA cada uno les ire contestando ya que viajo frecuentemente; pues tengo la familia en diferentes partes y aunque le doy preferencia a mis padres que tienen 90 y 92 anos y viven en Puerto Rico; con mi hermana y familia.
Muchachos me recuerdo de todos ustedes con muchisimo carino y tambien he logrado comunicacion con algunos de mis pequenos alumnos que no se han olvidado de su maestra .Tengo fotos y ahora que acabo de llegar a mi casa en Orlando Florida. Las buscare para que mi buen amigo Jochi Balido las incluya.
Un fuerte abrazo sinceramente;
Candida Villavisanis
Candy Villavisanis de nuevo comunicándome, ya que he tenido la inmensa alegría de recibir varios correos electrónicos que me han sorprendido, ya que no imaginaba que sería bien recordada y querida.
ResponderEliminarA cada uno les iré contestando, ya que viajo frecuentemente, pues tengo la familia en diferentes partes y le doy preferencia a mis padres que tienen 90 y 92 años y viven en Puerto Rico con mi hermana y familia.
Muchachos, me recuerdo de todos ustedes con muchísimo cariño y también he logrado comunicación con algunos de mis pequeños alumnos que no se han olvidado de su maestra. Tengo fotos y ahora que acabo de llegar a mi casa en Orlando, Florida, las buscaré para que mi buen amigo Jochy Balido las incluya.
Un fuerte abrazo sinceramente,
Cándida Villavisanis
hola soy luis cesar guerra y mi correo es luizonelia@yahoo.com luizonelia@ gmail.com y soy un santiagueros y hijos de santiagueros nacy y creci en calle 5 entre 10 y 12 numeros 19615 hijo de lazaro y adela
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