Hoy tenemos, queridos lectores, el placer de informarles que siguen visitando y participando en nuestro "pueblo virtual" personas de todo el mundo. Como podrán ver en la imagen a la izquierda haciendo clic sobre ella, en las últimas horas hemos tenido, además de visitas de personas en Miami, otras de Momoxpán (Puebla) México, de San Francisco, de Hong Kong, de Anchorage (Alaska), y hasta de Little Rock, Arkansas (¿serán Bill o Hillary?). Ayer, de lugares tan distintos como Buenos Aires, Bowling Green (Ohio), y Torrance (California); y hace unos días, una persona de la ciudad de Shah Alam, ¡en Malasia! pasó unos 5 minutos en el sitio. ¿Serán santiagueros? ¿O simplemente curiosos? Los que nos visiten de otros países y se deseen identificar, nos encantaría que nos saluden mediante el enlace "¡Toma la palabra!" que aparece debajo del título de cada artículo.
Queremos además compartir con ustedes un relato de la vida real, un terrible crimen que ocurrió en Santiago de las Vegas hace más de 60 años y que estremeció al pueblo. ¿Habrá entre ustedes alguien que lo recuerde? Si quiere añadir detalles o recuerdos suyos a esta historia, sólo tiene que hacer clic arriba donde dice "¡Toma la palabra!" para contárnoslos. Ahora, tranque bien la puerta (¿recuerda las trancas que protegían nuestros hogares?), siéntese cómodo con un buen café humeante, y prepárese para...
Una Historia Verídica
Era una persona que vivía como un recluso encerrado en su casa; salía en muy raras ocasiones, siempre vestido con un traje de dril 100 blanco, con sombrero de “jipi-japa”, a veces a comprarle dulces a Augusto Romero o a la bodega de Emilio Chong y tal vez alguna que otra vez a alguna fonda a comprar comida, ya que a veces lo veía con una cantinita pequeña, pero todas sus salidas eran breves y regresaba rápidamente a encerrarse en su casa.
Se decía de él que tenía propiedades y una buena posición económica, así como que era muy tacaño. No le abría la puerta a nadie. Si alguien le tocaba a la puerta él le contestaba asomándose a una ventana enrejada que tenía. Yo recuerdo que a veces iba a pedirle que me regalara los “muñequitos”del domingo, ya que él recibía el periódico “El Diario de la Marina” y él me los echaba por debajo de la puerta para no abrir ésta. Él era un hombre pequeño, delgado, que caminaba encorvado e imagino que cuando ocurrieron los sucesos que voy a narrar debe haber tenido más de 60 años de edad.
En esa época los patios de las casas de la calle 2, desde la entrada del pueblo como quien viene de Rancho Boyeros hacia Santiago terminaban en el platanal de la finca “La Caridad”, ya que por ese entonces no existía la Doble Vía al Cacahual (es necesario aclarar este dato para que el lector pueda imaginarse y situarse mentalmente en el lugar). Un día se presentó en la casa del Sr. Mestre un hombre vestido de militar, esto es, vestido con un uniforme de la guardia rural y le tocó a la puerta y al asomarse el Sr. Mestre a la ventana le dijo que había un ladrón en la finca tratando de brincar el muro de la casa del Sr. Mestre para robarle. El Sr. Mestre se apresuró a abrirle la puerta al supuesto militar, asustado ante lo que le decía éste, y fué ése el error que le costó la vida, pues en realidad el ladrón era esa persona disfrazada de militar que usó ese truco para lograr que le abriera la puerta, ya que sabía que se encontraba solo porque la señora del Sr. Mestre había ido a la Habana a visitar a un familiar (se decía que era un hijo que tenían que vivía allá).
Al regresar la señora por algún motivo no podía abrir la puerta de la calle y fué a mi casa a buscar ayuda y dió la casualidad que mi padre se encontraba allí y fué con ella y logró abrirle la puerta. Cuando entraron se encontraron a Sixto muerto, asfixiado con una toalla que le habían metido en la boca para que no gritara. Mi padre llevó a la señora para mi casa y me dijo a mí que fuera a la estación de policía, que estaba situada en la calle 6 entre 11 y 13 y que les dijera que acudieran al lugar ya que se había cometido un crimen. Si la memoria sigue ayudándome, creo que en esa época era jefe de la policía el entonces teniente Buenaventura Canales (padre de Mario Canales, quien escribió en este sitio el 29 de agosto), quien por cierto hizo una labor investigadora tremenda ya que logró identificar al asesino, naturalmente auxiliando al Buró de Investigaciones que radicaba en la ciudad de la Habana, pues un chofer de autos de alquiler (cuyo nombre omitimos, aunque ya es fallecido) que hacía piquera en el parque Juan Delgado le contó que él había llevado a una persona desconocida para él, vestido de militar y que lo había dejado en los alrededores del cementerio de Santiago.
A partir de ahí y con la descripción del sujeto se empezaron a seguir pistas y se identificó al “santero”, esto es, la persona que vigilaba los hábitos de la víctima y pasaba la información a los ladrones. La señora del Sr. Mestre, con la ayuda de la policía, desenterró varias latas del patio donde habían miles de pesos en monedas de oro, así como en dinero de circulación oficial y también se encontraron, metidas entre las páginas de los libros que el Sr. Mestre poseía, miles de pesos de la época de la Colonia, que ya no tenían valor oficial y solamente para los coleccionistas, dinero que se pensó que el Sr. Mestre ya ni se acordaba que tenía. Según la señora los ladrones pudieron llevarse muy poco o casi nada, pues al parecer el Sr. Mestre no reveló los lugares en que tenía escondido el dinero. Este fué un caso que conmovió a la comunidad, ya que en muy raras ocasiones había sido ésta testigo de un crimen tan brutal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Bienvenido! En este espacio podrá publicar sus propios comentarios, recuerdos y anécdotas. Recuerde siempre poner su NOMBRE Y APELLIDO y su dirección de E-MAIL para que otros santiagueros se puedan comunicar con usted.