Desde muy temprano se reconoció la importancia de la educación en Santiago de las Vegas, fundándose la primera escuela de letras en 1772, según nos cuenta Francisco Fina García en su obra de mitades del siglo XX Historia de Santiago de las Vegas: desde los primeros tiempos hasta el cese del gobierno español:
"era su maestro Don Agustín de Echazábal, quien cobraba cinco pesos mensuales por cuenta del Cabildo; con anterioridad, sólo los sacerdotes eran quienes instruían a los niños de alguna posición social y económica, enseñándoles doctrina cristiana, lectura y escritura. Por espacio de ocho años desempeñó el cargo, que tuvo que renunciar por haber sido atacado de una fuerte parálisis y a consecuencia de la cual murió. En 1870 aparece ejerciendo este cargo Don Mateo de la Dehesa."Nos cuenta además en Tradiciones y Leyendas cómo era la educación en el siglo XIX, citando como ejemplo la mejor escuela del pueblo:
La Escuela de Don Antonio"Una de las escuelas que disfrutó de mayor prestigio en el pasado siglo, fue la que estuvo bajo la dirección de Don Antonio Tagle y que estuvo situada en la calle cuatro esquina a nueve, donde se halla hoy la Ferretería “La Cubana”. Por esta época las escuelas eran municipales, estando bajo la regencia de la Alcaldía y que debido a sus escasos presupuestos, pagaban muy bajos sueldos a los maestros, los que en muchas ocasiones no recibían sus emolumentos con regularidad, cosa esta que les hacia atravesar una precaria situación, que dio origen a la conocida frase: “Pasa más hambre que un maestro de escuela”. Fue aquella la época del memorismo, ya que las lecciones eran aprendidas en memoria, empleándose los más rudimentarios métodos de aprendizaje y donde junto al catecismo, figuraban la cartilla y el Fleury. La enseñanza de entonces tenía como metas esenciales, enseñar a leer, escribir y las cuatro reglas de la aritmética. Entre las cosas características de este período primario del aprendizaje, podemos citar, al Pasante, que era el auxiliar del maestro y quien les tomaba las lecciones a los alumnos, así como les revisaba las cuentas y las tablas. La palmeta, que era una especie de raqueta de como las que se usan en el juego de ping pong y con la cual le pegaban a los muchachos en la palma de la mano, como castigo por no saber la lección o por alguna falta cometida. La pizarra de mano, que sustituía al lápiz y el papel, que borraban con una esponja o pedazo de tela después de terminado el trabajo. Fue aquella la fase dura y sangrienta de la enseñanza, primando en el espíritu de la mayor parte del magisterio, la histórica frase: “La letra con sangre entra”, lo que constituía un verdadero martirio, que lejos de estimular al alumno lo deprimían, así como con epítetos que lesionaban el espíritu infantil y le formaban complejos de “burros” y “brutos”, como era frecuente calificar a los que por alguna causa se retrasaban. Pero no fue Don Antonio, uno de estos maestros de horca y cuchillo; sino que revestido de paciencia y vocación, sabía estimular a sus alumnos, despertando el interés de los mismos y haciendo de la escuela un lugar agradable y no centro de torturas."
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