sábado, 20 de septiembre de 2008

Polvo de luna, extracto de estrellas

No son pocos los santiagueros que aún recuerdan a José Luís Domínguez, "Pelayo", y como sucede muchas veces, el escrito de Jorge Marrero publicado el día de ayer ha despertado viejos recuerdos que hoy florecen. Desde Miami nos cuenta Mario García Romero:

Recuerdo a "Pelayo" deambulando por las calles de Santiago, caminando por el pueblo o en el parque nuevo ("Juan Delgado") y hablando de su proyecto de poner en cada esquina como si fuera un hidrante, una toma de café con leche, frijoles y arroz y otros alimentos, para alimentar al pueblo. Al parecer era un desvario senil producto de la edad, pero muy ocurrente, siempre muy decente, ataviado con una levita carmelita y un paraguas en el brazo, también con sombrero de color carmelita. Se hablaba, o él hablaba, de una pelea de boxeo que tuvo frente a "Sebo e'Coche", (otro de los pintorescos personajes nuestros) que se celebró en el "Teatro Minerva", creo que en la década del 30. En la foto que aparece que halló Arsenito en "Antorcha", aparece segundo a la izquierda, igual al "Pelayo" que los niños y jóvenes de mi generación lo conocimos, con sus espejuelos de grueso cristal, que algunos para molestarlo le pasaban rapidamente la mano por frente a la vista y enseguida él protestaba por esto. Los Pelayos (así se conocen a todos sus descendientes), vivieron siempre en el Reparto "La Especial", y aquí entre nosotros en la Florida hay algunos parientes. Espero que alguien pueda ahondar en este comentario.
Continuando con la cadena de recuerdos despertada por Marrero, Ismael Balido nos ofrece más anécdotas de Pelayo:

Abundando en lo que han escrito mis queridos amigos Jorge Marrero y Mario García sobre José Luís Domínguez, Pelayo, me gustaría agregar que yo no le conocí descendencia, pero sí un hermano que residía en la calle 13, casi esquina a 14 (esquina suroeste), en la que habían varias casitas de portal, de madera. Este hermano se dedicaba a reparar zapatos, y su esposa trabajaba de conserje en la Escuela Nocturna para Adultos, que funcionaba en el local de la Escuela # 3 para Hembras. Tenían una hija, cuyo nombre no recuerdo, y un hijo, al que le decían tambíen Pelayo, que cantaba tangos por afición (y por cierto lo hacía muy, pero muy bien) y que para ganarse la vida tenía un carrito para vender helados (de frutas tropicales y de chocolate y vainilla, todos deliciosos). Él iba por la calle empujando su carrito que tenía tres ruedas, dos grandes a los lados y una más pequeña al frente para darle estabilidad, e iba tocando una campana para anunciar su visita.

Pues bien, hay otras dos fases de Pelayo que se les ha olvidado mencionar: una es Pelayo Limpiabotas. Pelayo, para mejorar sus ingresos, que no eran muchos, ya que su pensión de los ferrocarriles era pequeña, se dedicó a limpiar zapatos en forma ambulante y por las tardes y las noches se iba al Parque Juan Delgado, donde siempre conseguía trabajo, especialmente en viernes, sábados y domingos, mucho más si había baile en el ambiente en cualquiera de las sociedades. Yo recuerdo que dejaba los zapatos como espejos y cuando yo le preguntaba que qué material usaba él para lograr tanto brillo, me respondía: "Yo le pongo polvo de luna y extracto de las estrellas".

Lo otro que recuerdo en lo que Pelayo intervino fué en cierta ocasión que la Administración del Teatro Popular presentó en una función al famoso mago Richardini, que entre los trucos que presentaba, había uno en que cortaba en dos a una muchacha, con una sierra. También transfería liquidos de una jarra de cristal a otra y siempre el líquido iba cambiando de colores de una jarra a la otra, y sacaba pañuelos de distintos colores de un sombrero que previamente había enseñado al público vacío. Pues bien, la semana siguiente mi padre, José Alberto Balido Cobo, puso en escena en el mismo teatro "Popular" al mago Pichardini (obsérvese la similitud de los nombres), que no era otro que Pelayo, que usando una sierra igualita a la de Richardini, pero de cartón, pretendía cortar en dos a un señor del pueblo, cuyo nombre no recuerdo, pero que le decían "Pubillones". Imagínense, cuando la sierra tropezaba con el cuerpo de Pubillones se jorobaba toda y Pelayo corría, desesperado, de una esquina a la otra de la sierra tratando de hacer lucir más real el acto; el público se desternillaba de la risa. Igual, cuando fué a sacar los pañuelos de colores de un sombrero de guano (como los que usaban los campesinos para trabajar en el campo), lo que sacó fueron unas camisetas y calzoncillos sucios que era lo que le habían puesto. En las jarras, el líquido era -- ya lo habrán adivinado, si leyeron el artículo de Jorge Marrero. Cuando Pelayo vió aquello, dió un rechazón hacía atrás, dejando caer las jarras al piso e increpando, indignado, a los que le habian preparado las cosas que él iba a utilizar en sus actos. Mientras tanto el público se doblaba de la risa. Por cierto, la Sociedad Centro de Instrucción y Recreo, que era la propietaria del teatro, como es natural cobraba por la entrada y de ahí le pagaba una porción a los que intervenian en el acto.

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