Existió en nuestra ciudad un personaje, que cobró fama y celebridad en todos los alrededores por la función represiva que realizaba y los inhumanos métodos que aplicaba. Se llamaba este terrible personaje, Pablo Romo, que ocupaba el cargo de Alcalde de la Santa Hermandad, cuya misión no era otra que perseguir a los esclavos que abandonaban a sus amos internándose en los montes, para no sufrir los abusos, los atropellos y la explotación a que eran sometidos. A estos esclavos en rebeldía se les denominaba “cimarrones” y al ser apresados se les sometía a duros castigos. Estos castigos eran tan crueles, como azotes con un látigo, así como colocándoles en los pies grillos y cadenas con pesadas bolas de hierro, por lo que muchos de ellos preferían la muerte a padecer tantos martirios. Según cuenta la tradición, Don Pablo era un tipo de hosco semblante, de carácter violento, no muy sociable y se jactaba de la eficiencia de su poca deseable labor. Se afirma, que residía en esta población, en una accesoria de la calle Amargura (hoy calle 11), entre Macías y San Miguel (8 y 10), en la que vivía solo en unión de sus perros, que eran los amigos más fieles y que le ayudaban a la captura de los cimarrones. Cuéntase además, que poseía un hermoso caballo, que le acompañaba en sus correrías por los montes, cuando iba en pos de los cimarrones. En su pequeña accesoria falleció allá por principios del siglo diez y ocho y sobre él se han tejido varias leyendas, entre las cuales figuran la de que se le veía en horas de la noche caminar por el patio de su casa o se escuchaba su voz cuando hablaba con sus lebreles. - Francisco Fina García, en Tradiciones y Leyendas
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