Vivimos tan acostumbrados a las conveniencias modernas, que a veces olvidamos que no siempre hubo cocinas de gas o eléctrica, ni leche pasteurizada del supermercado. Antes en Santiago, como en toda Cuba, se cocinaba con carbón y la leche llegaba a nuestras casas con el guajiro a caballo, directo de la finca. ¿Rústico? ¿Trabajoso? ¿Poco higiénico? Quizás; pero ¡qué sabor el de la carne al carbón! Y el que haya conocido aquella leche, cremosa, aromática y embriagadora, sabe que lo que se bebe hoy no es ni el pálido reflejo de aquel alimento vital. Todo esto, como hemos dicho, se va olvidando con el tiempo, y no sólo entre los cubanos; es la consecuencia inevitable de lo que llamamos progreso. Por suerte para todos los santiagueros, Xiomara Vigoa nos ayuda hoy a rescatar esta parte de nuestro pasado, enviándonos dos importantes fotografías desde su hogar en Orange County, California. La primera es de Armando, su querido esposo, con su mula y carretón de carbón en 1954 (sentado a la derecha en la foto abajo; haga clic en ella para ampliarla). De los carboneros nos dice Consuelo Hernández Basabe (Balido, de casada) en su artículo "Los Vendedores Ambulantes de los Años 40":
"Recuerdo el carretón del carbonero que recorría el pueblo y la mula que iba parando en cada casa que les compraba cinco o diez centavos de carbón, pues ya sabía bien quién era cliente y quién no. A veces Mima nos decía, "Dile que te echen un poco de cisco" (la boronilla del carbón desmenuzado, que se colocaba sobre periódicos y debajo de los carbones antes de rociarlos con alcohol para empezar el fuego con más rapidez). El sabor de los bistecs en la parrilla era exquisito, más nunca he sentido el olor cuando se estaban cocinando y el humito cuando caía en el fuego el jugo de la carne, adobada con limón o naranja agria, sal y ajo".
"Los lecheros tenían fincas y venían al pueblo temprano en la mañana con sus caballos con las alforjas llenas de litros de leche. Ellos no pregonaban, pues servían una clientela fija. Esa leche, salvo algunos que le añadían agua para aumentarla y eso era un chiste en el pueblo, regularmente era una leche pura de la que se hacía mantequilla en la casa. También los lecheros hacían el queso blanco, que lo traían envuelto en hojas de plátano, también exquisito y fresquito acabado de hacer. Yo recuerdo el queso que hacía Ismael y después Armando Encinosa, los dos fallecidos. Ellos tenían su finca pero vivían en el pueblo frente a mi casa, unas personas muy queridas por todos y especialmente por nosotros, pues prácticamente nos críamos con ellos."¡Qué mundo aquél!
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