jueves, 10 de junio de 2021

El pan y la libertad


Publicado en la Revista del C.I.R., Número Extraordinario. Centenario del Apóstol.
Santiago de las Vegas. Diciembre de 1953.

El autor. 1959.
El peor de los conceptos que puedan servirse al hombre desposeído de bienes y hasta al hombre en general, es aquel que niega valor propio, intrínseco, a la libertad: subordinando la voluntad humana a la exclusiva búsqueda del pan.

Todos los totalitarios (el negro, el blanco, el rojo) se apoyan en ese sofístico enunciado. Todos empiezan anteponiendo a cualquiera otra aspiración la de llenar el estómago para llegar, en seguida a la burla de la libertad, a considerarla “un prejuicio de anarquistas y pequeños burgueses”, con Lenin; “un cadáver que infesta el mundo”, con Mussolini.

Y todos, cuando se acercan al trabajador le repiten lo de que “Hablar de libertad, sin pan es una burla”; cuando se acercan a quien no pertenezca a la clase obrera, sacan el pie un poco más adelante y le dicen “que hablar de libertad, en esta hora del mundo, es una solemne tontería….”

En el primer caso expresan una verdad a medias, una verdad sofisticada, que lleva intenciones envolventes; en el segundo caso dicen una mentira monda y lironda; pero halagan el sentimiento muy extendido entre profesionales y burguesillos de poca monta, contrario a cuanto contenga esencias liberales. Una y otra vez, van a lo suyo: a encadenar el arbitrio de los demás en beneficio del arbitrio propio. Es decir: a sujetar la libertad ajena, para hacer ellos cuanto les venga en ganas.

Siempre y en todos los casos, están destruyendo las posibilidades superadoras del hombre y de la sociedad. 

Porque, la línea del progreso, se traza, para los individuos y los pueblos, con esfuerzos de libertad; y nunca un agregado social indiferente al mantenimiento de sus derechos, consiguió perdurar y robustecerse a través de la historia.

El pan primero. El pan sobre todo. Después, como cosa de adorno, como cosa superflua, la libertad… Pero, ¿para qué quiere el hombre, en cuanto a animal superior (ser de intelecto y voluntad) comer y vivir?

Pensar, divertirse, amar, todo eso libremente, sin ajena imposición, sin reducciones fuera de las que marque la naturaleza y los imperativos del necesario agrupamiento en sociedad son imperativos por donde se manifiesta la existencia. Sin ellos, sin el goce pleno de sus facultades en todos los órdenes, el hombre desciende a la categoría de bestia: se empareja al bruto domesticado, para quien tiene el amo señalados los momentos de cada función y la dimensión de éstas.

“No sólo de pan vive el hombre…” Sería más exacta la frase evángelica diciendo: “Con sólo el pan, no vive el hombre”. Por ora parte: ¿qué pan puede ser el de aquél a quien se le roba toda ocasión de ejercitar su voluntad, retaceándole cuanto de justicia le pertenece? ¡Ah! Era preciso llegar a esta época del maquinismo monstruoso, de la mecanización universal que amenaza con tragarse el mundo, para presenciar el triste espectáculo de partidos y movimientos públicos en los cuales se integran millones de seres pensantes, renegando de la libertad, proclamando la doctrina envilecedora de la panza repleta y el cerebro vacío y  el corazón seco. Sin embargo, jamás tuvo el hombre perspectivas más brillantes respecto a las posibilidades de conseguir el alimento sin mayor esfuerzo y gozar la libertad en un grado mayor: ya ni la lucha contra los demás hombres y contra los elementos, de los tiempo prehistóricos; ya la producción abundante, las comodidades fáciles, la consecución de nuevas ventajas aseguradas…

Viene el terrible equívoco, la mortal afirmación liberticida, como legítima consecuencia de considerar el Todo a la manera de una inmensa maquinaria entre cuyos engranajes recuenta el hombre. No como una célula viva, cambiante y creciente, entre cuyos factores principales, está la criatura humana. Se hace a ésta, jugar el papel de tornillo, de rueda; no se le concede la facultad, nacida en sus condiciones vivificantes, de experimentar sensaciones colocadas dentro del ámbito universal, pero ajenas a las apetencias materiales inmediatas.

Cuando se afirma “Todo tiene su raíz en lo económico”, se olvidan el sentido artístico, presente en las iniciales etapas del desarrollo humano; se borra la afición a lo bello (o a lo diferente, a lo que sorprende), el potente ímpetu que da nacimiento y forma a las normas convencionales o no de moral.

Y todo eso existe desde el principio de los principios: existe en el habitante de las cavernas cuyos dibujos admirables nos hablan de las faenas ejercitadas por él, hace incontables siglos, de los animales que le acompañaban, sirviéndole u obligándole a defenderse; existe en las tribus lejanas, que, sin necesidad material y sin agregar a las vasijas que fabricaran ventaja o comodidad alguna, tallaron su alfarería con preciosas muestras de su genio; existe en las danzas, en los cantos, en  las sagas o leyendas, transmitidas de boca en boca, por rapsodas anónimos, a quienes se escuchaba con religiosa atención y para quienes se reservaba, junto a la hoguera primitiva o cerca de la chimenea de gruesos leños, el mejor trozo de carne y el mejor trago de la bebida toscamente fermentada.

Lo económico redunda sobre lo politico y social, sobre lo inventivo o lo puramente artístico; pero a su vez, esas expresiones del intelecto, redundan e influyen en lo económico, poderosamente.

Y así la cuestión del pan y la libertad; se quiere pan porque su posesión otorga libertad para olvidarse del pan; se quiere libertad, porque el hombre libre puede, con la libre cooperación de sus iguales, conseguir alimento abundante y seguro; porque la pobre vianda comida sin que se deba a la munificencia ajena, sabe mejor que los más ricos manjares ofrecidos a cambio de la personalidad.

Bien lo dijo quien había conocido las humillaciones dolorosas contenidas en el favor y las heridas punzantes causadas por el cepo de las prisiones:

“La libertad, Sancho, es el don mayor que a los hombres hicieran los dioses”.


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