martes, 10 de noviembre de 2015

Cecilio, el negro jutiero

por Leonardo Gravier | Coral Gables, Florida

Entre los animales de la fauna cubana, recuerdo muchos que eran famosos por su exotismo y escasez; muchos a punto de extinción (como el almiquí). Muchos sirvieron de alimentos a los aborígenes cubanos y a los mambises; otros fueron beneficiosos a la agricultura— tales como el majá de Santa María (el boa cubano) o el jubo—. Pero el más solicitado por los cubanos desde la colonización hasta nuestros días, fue un roedor, fitófago, de la familia capromyidæ que estaba compuesta por ocho especies: la jutía. De éstas, las más buscadas eran la conga (capromys pilorides, abajo derecha) y la carabalí (Mysateles prehensilis, abajo izquierda). La conga era la más codiciada por su tamaño (podía tener más de  19 libras) y por ser más dócil y fácil de atrapar por vivir en cuevas no muy profundas. La carabalí era más ligera, difícil de atrapar  (vivía en los árboles altos) y era agresiva. Siempre andaban en grupos.


Muchos extranjeros que conocían por referencia a Cuba, habían oído hablar de la jutía. Los esclavos, en tiempos coloniales eran expertos en atraparlas y les transmitieron los nombres de sus etnias: conga o carabalí. Yo nunca tuve la oportunidad de saborear una jutía, pero sí oía los cuentos de un peón de albañil en una fabricación que hacía mi padre al lado de mi casa (Ceferino). Éste en los fines de semana, subía a las lomas que rodeaban a Santiago a cazarlas. Siempre iba acompañado de su perrito, experto en atraparlas y con cicatrices de antiguos combates con las jutías. Los perros de pequeño tamaño eran los que se usaban en la caza.

Ceferino nos brindó una que otra jutía, para que yo la probara (yo era un niño en esa época), pero mi madre siempre se negó a aceptar tan generosa oferta. Mi padre sí la había comido varias veces. Me contaba que un día trajeron a Santiago a Don Eduardo Ortega y Gasset, abogado e influyente político español, exiliado en La Habana a principios de la década del cuarenta. Hermano del conocido filósofo Don José y amigo y compañero de letras del gran Don Miguel de Unamuno.

Don Eduardo vino a Santiago —ignoro dónde prepararon el manjar—, especialmente a comer jutías. Me contaba mi padre que quedó impresionado con la jutía conga que le habían preparado, así como con nuestro pueblo y su hospitalidad que ya conocía. Don Eduardo decía que le había gustado más que los conejos que era una de sus comidas favoritas.

Pasaron muchos años. Demarest's hutia.jpg Aquí en Miami, mi padre recordó a un negro nacido en aquel Santiago del Siglo XIX; pasaba por su casa, siendo mi padre un niño, y era un experto cazador de jutías. Aquel buen hombre, de escasos recursos económicos, llamado Cecilio, había entrenado a un perrito, diestro ya en el oficio de su dueño, a cazar jutías. Mi padre me contaba que él lo veía pasar para la loma, mas no lo veía al regreso por ser ya tarde y él estar ya durmiendo. Sólo por referencia de sus hermanos sabía el resultado de la expedición.

Recordando a aquel experto cazador, solamente armado de su experiencia y de su perrito, compuso mi padre, Gabriel M. Gravier el siguiente poema.

El negro jutiero
Existe en mi recuerdo,
como en el agua rizos,
un personaje raro
que conocí de niño.
Confieso candoroso,
que de recuerdos vivo.

Corresponde a un sujeto
sin relieve, sencillo,
quizá ni lo recuerden
coetáneos amigos.
Me remonto a los tiempos
que indican el principio
de los saudosos días
con que despuntó el siglo;
generales, doctores,
rimbombantes políticos
brujos y curanderas,
clérigos y mendigos,
aquella noble fauna
del folklórico estilo.

Mas, pongamos el lente
directo al objetivo;
que el comentario ceda
su paso al albedrío

Una figura extraña,
las dos cosas, repito,
sujeto y predicado,
con nombre y adjetivo.
Era como un fantasma,
casi “un aparecido”
que solo por la tarde
con su blando sigilo
y su “jolongo al hombro”
-parece que lo miro-
pasaba hacia “la loma”,
accesible por trillos
que sólo conocían
terneros y guajiros.
Estrafalario, mudo;
de yute iba vestido
si a tal se le llamara
al haz aquel de ripios.

El negro jutiero,
-lo exhumo del olvido-
no me acuerdo del nombre,
si Julián o Cecilio,
acompañar se hacía
de su leal perrito,
un sato amaestrado
a no emitir ladridos,
por excelente técnica
triunfante del oficio.
Era un violín callado
por el hambre y el frío.
Dostoyevsky pondría
en ellos sus atisbos;
tal vez hasta Durero,
entre rasgos sombríos,
nos daría en plumilla
la luz de aquel motivo,
y nuestro Landaluce
no se hubiera perdido
de llevar a sus óleos
un San Lázaro vivo
despertando oraciones
de sentimentalismo;
como Goya el maestro
de rostros nunca vistos
en los famosos cuadros
por la intención vacios.

El negro jutiero
(su nombre era Cecilio),
al recuerdo horadando
con precisión lo fijo,
la eufonía descubre
el tono junto al ritmo
vivía de la caza
distinta de los ricos.

Ya de tarde en la noche
con santo regocijo
al pueblo regresaba
con el botín magnífico:
seis o siete jutías
desolladas, divino
menú, “carabalíes”
o “congas” es lo mismo.
Con vino de barrica,
plátano verde frito,
hacían la boca agua
al contar un suspiro.
Lo más sabroso era
asarlas en espicho.
Ortega y Gasset, alto
con júbilo me dijo:
“esto es manjar de dioses,
grandioso animalillo;
de ratón se disfraza
por defensa de instinto,
pero el inteligente
que sabe el contenido
lo descubre y lo caza;
el bocado es divino;
no en balde los mambises
le rendían un rito…”

¡Oh negro jutiero,
en el recuerdo mío
trasunto de un quijote
formado en amasijo
de silencio y miseria
entre su propio olvido!
Desde mi cumbre triste,
igual que cuando niño
te nombro y te saludo
y en tu memoria brindo.

Hace ya muchos años
que a la muerte te has ido;
pero cuando me vaya
quizás no haya un amigo
que con voz conmovida
evoque lo que he sido…

¡Los desterrados somos
sombras en un abismo!

4 comentarios:

  1. Es un tremendo honor, poder leer de este coterraneo ilustre, este poema que fabula la vida ( a lo mejor imaginaria) de un cazador de jutías de nuestro pueblo, pueblo que este poeta ido lo ha inmortalizado, al escribir uno de los versos más bellos acoplados a la inmortal música cubana. Una criolla-bolero : Üna Rosa de Francia", con los versos de Musiú Gravier y música de Rodrigo Prats. Para siempre. muchomario1945@hotmail.com

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  2. Al leer el comentario y el poema muy bonito me da tremenda nostalgia de mi pueblo lindo e ilustre cuando subía a todo ese lomerio con los amigos del barrio a meternos en la cueva del indio y las de la pita.

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  3. Esta bella historia me recuerda a mi abuela Nieves,que cari`nosamente la llamabamos `mamia`.Era al principio d loa a`nos 40`s,ya que ella a cada rato mencionaba que algunos comian jutias y que decian que era un buen plato. Esto nos trae bonitos recuerdos,de nuestra ni`nez,cuando ibamos a las lomas,tambien recuerdo La cueva del Indio,pero que por cierto en nuestro grupo no entramos,solamente nos estirabamoos un poco y de no muy cerca y mirar curiosamente a ver si podiamos ver el final de su profundidad y con mucho cuidado. Gracias por compartir este poema que nos trae bellas -nostalgias-,recuerdos,te lo agradecemos.Tambien nos trae recuerdos d muchos jovenes santiagueros,que subian la loma del Cacahual a patines y patinaban hasta el pueblo d Bejucal,mi hermano Silvio era uno d ellos y otro que recuerdo ya fallecido Carlos,era un grupo como d (10)diez,si alquien recuerda d esto,por favor gaga su comentario que podria ser mejor ya que podria tener unos seis o siete a`nos d edad,`Jimmy`.

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  4. Rectificando el final d este comentario: Por favor haga su comentario que podria ser explicado mucho mejor ya que cuando aquello yo era muy peque`no o alguien que participo en esto, Gracias.

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