lunes, 21 de noviembre de 2011

¡Adiós a Cuba!

por Leonardo Gravier | Coral Gables, Florida

Éste es el título de una pieza musical del maestro Ignacio Cervantes. En ella el autor refleja todo su sombrío sentimiento; tan triste, tan lúgubre, que hasta en la película cubana “Fresa y Chocolate” — la banda sonora interpretada al piano por Frank Fernández — uno de los jóvenes actores lo hace resaltar. Ese mismo título lo utilizo yo, para recordar que el domingo 13 de noviembre de 2011 se cumplieron cincuenta y un años de mi salida definitiva de Cuba (domingo, 13 de noviembre de 1960).

La partida de la patria cubana ha sido tema de múltiples ensayos, poemas y canciones; pero sólo el que haya tenido esa triste experiencia puede comprender en toda su intensidad el dolor de ese sentimiento. Chateaubriand, Lamartine, el Alighieri y tantos otros poetas, cubanos o extranjeros, han llenado la literatura de bellas páginas sobre el destierro. Porque cuando se trata de su tierra, no hay hoy ni mañana en los poderosos ecos de la memoria, sólo hay siempre. En mi caso la salida de Cuba fue impactante, casi como la pérdida de mis padres o mi hermano; fue como una herida que no cicatriza. Decía José Eustasio Rivera en “La Vorágine” que “el alma es como el tronco del árbol que no guarda memoria de las floraciones pasadas, sino de las heridas que le abrieron en la corteza”.

Cuántas ilusiones se me esfumaron, cuántos futuros planes se hicieron añicos. Dejar mi patria íntima, el Santiago de toda una vida, con el firme propósito de no volver, era equivalente a acudir al funeral de todos tus sueños y de todos tus amigos a la vez. Sabía además, que con el tiempo perdería lo que Dante Alighieri— él mismo desterrado de Florencia—, llamaba “el arte de regresar a la patria”.

Aquel domingo me levanté temprano y revisé mi equipaje. Me aseguré de los libros que viajarían conmigo: el diccionario “Pequeño Larousse Ilustrado”; la biografía de “Alejandro Magno” por León Homo; la biografía de “Pericles” por León Homo; la “Historia de las Doctrinas Políticas” por Juan Beneyto, y el libro “Patria y Mujer” (cartas y proclamas) de Ignacio Agramonte. Los otros libros más queridos me los enviaron por el correo, pero nunca llegaron a mí. Días antes de aquel domingo había estado muy nervioso, una extraña inquietud se había apoderado de mi corazón, como la que se apodera de ciertos viajeros en víspera de los grandes viajes; vértigo secreto e inexplicable que tiene algo de los terrores del exilio y de las esperanzas de la peregrinación. No temía adquirir un futuro, mas me dolía abandonar el pasado.

Fui a misa de diez y regresé acompañado de mi novia (hoy mi esposa Ofelia Fano). Camino a su casa me salió al encuentro— en la misma esquina de 4 y 11— mi tío político Eladio Díaz; se despedía de mí y me enfatizaba lo mucho que me había querido, y me lo decía por si no me volvía a ver.

En aquel tiempo la salida de Cuba se quería mantener dentro del más pequeño círculo de familiares muy allegados, no se divulgaba ni entre los amigos. Era muy diferente a la de mi primo Iván Cortada en 1954. En aquella ocasión, él se casaba con una muchacha que tenía familiares en Santiago pero que vivía en Miami— se llamaba Liana Azcárate—. Aquél fue un evento lleno de júbilo. Le llevamos una charanga y entre todos los amigos, le cantamos una despedida que decía:

“Óyeme Iván nosotros los santiagueros
te despedimos con alegría y cariño;
porque así te queremos demostrar
que aquí en Santiago te quieren hasta los niños."

Los turistas americanos que estaban en el aeropuerto se asombraron de aquella muestra de alegría y folclor; tiraban fotos y hasta películas.

En mi partida no hubo alegría, ni júbilo ni folclor. Fue una despedida lúgubre de mis familiares más allegados.

Había llegado temprano al Aeropuerto de Rancho Boyeros y al poco tiempo comenzaron a llegar los que me despedían. De todas las expresiones de cariño o dolor de los que vinieron, nunca se me borra del recuerdo los ojos inundados de lágrimas de mi novia.

Después de cierto tiempo pasé a un lugar cerrado en el que sólo entraban los que viajarían.

Aquel rato que pasé, viendo por una parte a aquellos seres queridos que tal vez no volviera a ver, y por el otro el avión DC-6 de Pan American que me llevaría para siempre, me pareció una eternidad.

Por fin nos dieron el permiso para abordar el avión. Caminamos por la pista hasta la escalerilla. Yo nunca había volado en un avión. Nunca me interesó salir de Cuba y tal vez nunca lo hubiese hecho, ni de turista. Las pocas veces que viajé fuera de Santiago, lo hicimos a otras provincias, pero en automóvil.

El avión encendió sus cuatro motores y un rato después tomábamos la pista de despegue.

Cuando levantábamos vuelo, decidí mirar por última vez a Cuba. Mi recuerdo postrero de aquella querida tierra fue la cantera, que tantas veces había visto desde la guagua cuando iba a La Habana. Esa cantera estaba cerca del Central Toledo de la familia Aspuru. En las cercanías— de esto me enteré pasados los años aquí en Miami— había una finca de recreo, propiedad de los padres de Blanca Elena Novo, esposa de mi amigo Fernando Valverde. Ésa fue mi última impresión del paisaje cubano.

El vuelo a esas horas de la tarde por encima del Estrecho de la Florida era muy molesto, debido a la gran turbulencia. Esto me lo explicó Paco Prío Socarrás, que viajaba detrás de mi asiento, llevando un perrito entre los brazos. El sobrecargo que atendió muy cortésmente a aquellos que necesitaban su ayuda, era el santiaguero Radio Blanca. La próxima tierra que vi fueron los islotes y verdes planicies de los Everglades de la Florida.

Al aterrizar el avión y estacionarse en la terminal, trajeron la escalerilla y descendimos. Había muchas personas en la terraza de la terminal que venían, unos a recoger pasajeros, otros a curiosear y enterarse de aquellos que se iban de Cuba.

Me recogió la esposa de mi primo Iván; me llevó para la casa de Azcárate, su padre. Esa misma noche salimos a buscar un hospedaje.

Así terminó mi último día en Cuba y mi primero en Miami. Me fui de Cuba voluntariamente; no me echaron ni me vejaron. Preferí cambiar el rumbo de mi vida, aún cuando tuviera que comenzar desde el principio, en una tierra extraña, con costumbres diferentes, sin un centavo, en otro idioma, pero con la esperanza y la voluntad del peregrino.

1 comentario:

  1. Hermoso recuerdo, y muy triste para todos los que dejamos nuestra querida patria.
    Quién no lleva en la memoria todos los detalles del día que dijo adiós para siempre a la familia, los amigos, la casa donde creció, las calles que recorrió desde que abrió los ojos al mundo, los recuerdos felices...?
    Recordar es agridulce, pero es parte de nuestra historia que no podemos olvidar.
    Gracias,
    Giselle

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