miércoles, 31 de diciembre de 2008

El 31 de diciembre en Santiago

por Jorge González

Los 31 de diciembre en mi natal Santiago de las Vegas eran dulzones y tranquilos. Se esperaba la llegada del Día Primero con la esperanza de que los próximos 365 días llegaran con salud, paz y prosperidad. Eso se pedía alegremente al sonar las 12 campanadas o escuchar la radio primero o ver el anuncio por la televisión después. Esa noche los menores estábamos eufóricos, gritando, jugando y saltando, con un gran alboroto. Esa noche nos dábamos atracones de golosinas a trocha y mocha: queso, turrón, dulces caseros. Y a las 12 de la noche las famosas 12 uvas y un poquitín de Sidra El Gaitero. En muchas casas de familia se bailaba con música transmitida por la radio.

El famoso cubo con agua lanzada a las calles era otro acto interesante y de jubileo infantil. Desde el fondo de las casas venía aquel cubo repleto del líquido de la vida, que se zumbaba a la calle con la mayor fuerza posible para “purificar la casa y limpiar el futuro”. No sé el origen de semejante exorcismo purificador, pero la inmensa mayoría lo practicaba y aquí o donde quiera que haya cubanos de pura cepa, seguramente repetirá cada 31 de diciembre ese ritual.

En esa época se instalaban en el Parque Juan Delgado o en el Parque Viejo (José Martí) alguna que otra Verbena, con caballitos, sillitas voladoras, botecitos, la “estrella” y otros juegos para niños. También había juegos como: lanzar argollas a botellas de licor; tirarle a diferentes premios con escopetas de aire que disparaban corchos; tiros al blanco con escopetas de municiones, y hasta con rifles de calibre 22. Allí podíamos comprar algodón de azúcar, churros y rositas de maíz, todo por centavos.

Pero la culminación de los festejos del 31 eran los bailes de las tres sociedades más importantes. En muchas ocasiones el Centro de Instrucción y Recreo (CIR) y el Club Atlético Santiago (CAS) se fusionaban y cerraban el paso de la calle 11, y los bailadores y bailadoras (siempre con sus chaperonas) podían cruzar de un local a otro sin problemas. La Sociedad La Gloria (6 entre 9 y 11) tenía la fama de traer las mejores orquestas a sus bailes del 31. Jamás olvidaré las detonaciones de disparos al aire al despedir el 31 y saludar el dia primero, así como las explosiones de los voladores del famoso Sixto el Pirotécnico (calle 9 entre 6 y 8).

En esas tres asociaciones culturales y de recreo había orden y disciplina, aun cuando había abundante expendio de bebidas alcohólicas y licores. Es algo muy curioso cómo en aquellos festejos de nuestro pueblo no habían grandes alteraciones del orden. Sólo uno o dos policías cuidaban el orden. Recuerdo que en un baile había dos o tres caballeritos pasados de tragos (eso fue en el Patio Sevillano). Llegó el cabo César con su natural y parsimoniosa tranquilidad y cortesía, y le dijo a los cantineros indicando con el índice: a estos caballeros no les sirvan ni un trago más porque han bebido de más. Acto seguido le dijo amablemente a los bebedores: “Por favor retírense de los alrededores de la cantina porque de lo contrario me veré en la obligación de actuar en nombre del orden de la comunidad”. Los muchachones se retiraron calladamente. Y lo bonito del caso, el cabo César solo portaba el club de madera de roble que comúnmente se denominaba “el amansaguapos”.

Si había algun bebedor o borrachín belicoso y buscapleitos, lo llevaban a la estación de policía (calle 6 entre 11 y 13), la cual estaba frente al Patio Sevillano. Si se ponía “majadero” le daban una buena ducha con agua fría, un café sin azúcar del bar de Gervasio, y bien mojadito con ropa y todo lo acostaban a dormir en una celda hasta el amanecer. Si era una cuestión menor se iba a casa, y si era una alteración del orden o pelea, pues le levantaban un acta y tenía que ir al Juzgado Municipal a verle la cara al Juez Parra. Amigos, espero que estas notas de mi anecdotario les sean gratas. A todos les deseo un buen 2009 con salud, prosperidad y muchas esperanzas cumplidas.

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